Se acostumbra ver la muerte con dolor y luto. A veces, ni siquiera queremos pensar en ella; llegan los escalofríos y el terror al pensar que algún día nos arrancará la vida y nos llevará a algún lugar… lejos…, bajo tierra. En México, sin embargo, la muerte de los seres queridos se recuerda de forma festiva. “A mí, la muerte me pela los dientes”, reza de forma jocosa un popular dicho de ese país, donde la festividad del Día de Todos los Santos (1.° de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre) se ha mezclado con la conmemoración del Día de Muertos que los indígenas celebraban antes de la llegada de los españoles.
Los países de tradición católica celebran estas fechas con luto y oración. Así lo he experimentado yo pues lo que siempre observé fue el rito católico de acudir al cementerio de forma solemne para dejar flores, rezar al difunto y sufrir por su ausencia.
En México, se cree que las almas de los familiares fallecidos cruzan un puente, y que los vivos los reciben con ofrendas, entre las cuales se incluye todo aquello que el difunto disfrutaba en vida.
El proyecto de visitar México para el Día de Muertos daba vueltas en mi cabeza hace varios años y, finalmente, pude concretarlo en el 2013. El asombro que esta tradición despertó en mí sigue tan vivo como el primer día en que visité un cementerio, y una multitud de gente, luces, colores, música, sabores y sonidos golpeó todos mis sentidos.
El estado de Oaxaca es uno de los más tradicionales en lo que concierne a la celebración del Día de Muertos. Allí tomé esta fotografía, en el panteón del municipio de Xoxocotlán, donde los familiares preparan la tumba con velas, calaveras (‘calacas’ y ‘catrinas’, entre otras denominaciones), retratos de los difuntos, y flores, como las de cempasúchil, cuyo intenso color amarillo tiñe de vida las tumbas.
En la noche del 1.° de noviembre, los familiares van a recibir a sus muertos al cementerio; para esto llevan todo lo necesario: sillas, mesas, comidas (como el mole y el tasajo) y bebidas (como mezcal) y hasta música. Desde la noche y hasta el amanecer, el panteón es fiesta. Como se debe dar una cálida bienvenida al difunto, mariachis, tríos, música norteña y bandas recorren el cementerio para interpretar las canciones preferidas de los fallecidos y hasta para armar un bailongo dentro del camposanto.
Las fotografías periodística y documental, alrededor de las cuales giran mi trabajo y mi vida, permiten captar un momento o una realidad. Uno de los aspectos más fascinantes de estas disciplinas es que son historia y conocimiento porque divulgan situaciones y problemas que suceden en el mundo, y lo hacen con la fuerza que sólo es posible mediante una imagen. En este sentido, puede considerarse a la fotografía como memoria del mundo.
La mayor parte de mi trabajo con la fotografía análoga y con la digital se desarrolla en el campo del fotoperiodismo, una pasión que se alimenta también de proyectos documentales en una infinidad de temas. En este caso, mi curiosidad me llevó hasta México en el Día de Muertos para conocer una manifestación de fe como muchas que existen en nuestros países, llenas de color, pasión y devoción.