Karina Salguero Moya
El diseño comparte con la lengua esa frontera frágil en la que un acontecimiento fortuito puede modificar, en segundos y para siempre, el significado de una palabra. Esa exposición a las múltiples lecturas hace que el diseño sea un ejercicio activo, que como constante, solo tiene su condición de ser sujeto de resignificaciones y de rediseños. Visto así, como el lenguaje gráfico con que se narra la historia, habría que pasar revista por sus historiadores. Y aparecen nombres como el de Manuel Estrada Pérez, diseñador madrileño, quien, por la España que le ha tocado vivir, ha ejercido un activismo como de lingüista gráfico.
Hay que estudiar la historia de España para entender qué significa nacer en 1953. Estrada es parte de esa generación madrileña que vivió el final del franquismo y las réplicas de un sistema que empujó a los jóvenes a las anarquías, al día a día y, por muy poco, a la absoluta desesperanza. Las disciplinas formales e informales fueron traspasadas por la pulsión de un país que tuvo que abreviar su recuperación y sus interrelaciones con la escena mundial, luego de cerca de 50 años de totalitarismo.
Como la mayoría de los exponentes de su generación, a la que describen como el boom , Manuel llegó al diseño de manera lateral. Con más precisión, por la madre de sus lateralidades, la arquitectura. Marcado por una profunda búsqueda de su independencia (síntoma de sus tiempos), desde muy joven estudiaba arquitectura y trabajaba. Su empleo consistía en dibujar para un arquitecto, Román Marlasca, con quien aprendió a abstraer ideas y planteamientos ajenos y convertirlos en productos, proyectos, materia tangible.
De manera paralela, recibía otros encargos en los que sus propias ideas resolvían problemas que se pensaban colectivamente, como la manera de comunicar visualmente mensajes que iban desde carteles de cine, envoltorios o paquetes de productos y, en el medio, un ejercicio que conserva hasta el presente, el diseño de publicaciones.
Relación con el poder
Pronto, ese oficio dejó de ser secundario y se dio cuenta de que llenaba de mejor manera sus grandes aficiones, que eran y son la lectura y la ilustración. Dejó, en ese momento, la arquitectura.
Cuando niño, Manuel llenaba los márgenes de los cuadernos con dibujos que veía como narraciones ilustradas de eventos que pasaban por su mente, un acto que, lejos de gustarles a sus maestros clérigos, le dejó claro que iba a tener que aprender a sobrellevar su relación con el poder. “Lo que está por encima de la tarima siempre me cuesta más”, dice.
Luego, por la inercia razonable, su discurso propio lo llevó a conformar el colectivo Sidecar, un estudio multidisciplinar con el que comenzó a coleccionar premios, distinciones y firmas de clientes, desde instituciones públicas hasta privadas, y desde centros culturales hasta proyectos con museos, como el Reina Sofía, el Museo del Vestido y otros.
En la España de Franco, la literatura estaba totalmente controlada; esa condición llevó a Manuel a conseguir la literatura por cualquier medio.
Cabe decir que no hay analogía posible con este siglo, en el que la oferta de literatura no es un problema. Saber de un poeta prohibido le parecía el mayor de los descubrimientos. “Cuando vives en dictadura y hay algo prohibido, lo consumes”, piensa, y aclara que era así con todos los textos. La mayoría de las veces no se trataba de literatura subversiva, la prohibición podía caer sobre un libro de poemas de Neruda. Por lo demás, leía todo lo que caía en sus manos.
Una compulsión que ha ido creciendo, hasta que, como dice, “ahora no solo los leo por placer, sino que parte de mi trabajo es leerlos”. Esto justo porque su estudio ilustra y diseña portadas para docenas de editoriales, entre ellas una que lo ha hecho una figura icónica del diseño, Alianza Editorial; también trabaja proyectos de diseño editorial y portadas para Santillana, libros del diario El País de España, la Biblioteca José Saramago de Alfaguara y de Anaya, la colección espacio abierto y la editorial Marcial Pons.
Su marca
Madurado su discurso, y como explica, cuando se dio cuenta que su proceso creativo debía independizarse, crea su propia marca Manuel Estrada Design, y toda esa línea de discursos que se valen del diseño y la ilustración, como herramienta narrativa, lo llevan a exponer su trabajo individualmente en Helsinki, Madrid, Tokio, Nueva York, Berlín, otras ciudades.
–¿Cuáles son las características principales de su estudio de diseño?
–Siempre he pensado que, para que el diseño cumpla su función, me gusta enseñar los bocetos; precisamente porque son las ideas las que deben alentar un buen diseño.
”En el boceto se ve el problema y el proceso para encontrar la solución. Entonces se puede abstraer de un boceto si se planteó bien el problema o si realmente el resultado no refleja una coherencia en el proceso, y con lo cual no se resuelve el problema”.
–¿Qué papel juega la arquigrafía (comunicación visual a partir de elementos gráficos) en su propuesta de diseño?
–La gráfica se ha ido reduciendo por el formato digital. Es decir, la pantalla del dispositivo que se use es el límite. Antes, cuando se diseñaba principalmente en tabloides, se desarrollaba mejor cada propuesta. Entonces, la tipografía en soporte digital ahora tiende a ser líquida para adaptarse a la plataforma en la que viaja. Por supuesto, el camino siguiente para la gráfica es el movimiento y todavía falta mucho por investigar, pero cada vez entran más elementos y otros soportes de mayor interés para lograr las comunicaciones. Y allí están los espacios físicos.
–Eso quiere decir que la comunicación debe contemplar los espacios. ¿Es así como funciona la arquigrafía?
–Los espacios pueden comunicar, y ese discurso puede estar compuesto de banderolas. Los espacios principales para la comunicación coherente son los museos o los centros culturales, en donde se puede escribir sobre las paredes.
Por supuesto, se deben pensar los contenidos para no decir tonterías y no devaluar el lenguaje.
”Por ejemplo, la imagen del Museo del Greco, en Toledo, es un buen ejemplo: hay cinco letras de la palabra que son muy verticales, sugiriendo una verticalidad. Ese efecto da coherencia a los pictogramas, evocando la pintura del Greco y su verdadero alcance en el espacio físico. Hay que buscar la coherencia hasta sus expresiones posteriores. Una letra, un signo o una imagen”.
–¿Este planteamiento está vinculado con la señalética?
–Tiene que ver con los temas de la señalización. Cuanto más ruido hay en el contexto, hay que ser más limpio y más práctico, y esa narración debe ser serena y útil. En una muestra que montamos en el Museo Reina Sofía, hicimos una valla en gráfica, que envolvía el trabajo de montaje; esa valla era un bastidor que aprovechamos para lanzar un mensaje. De alguna manera, esa valla era parte de todo el discurso de la muestra. Hay ejemplos importantes para la gráfica sobre espacios grandes porque hay realidades que deben ser contadas en tamaños colosales.
Este es Manuel Estrada, que lidera un estudio con operaciones mundiales, pero que nunca ha dejado sus proyectos paralelos, que consisten en la docencia –de la que va y viene– y sus vínculos con proyectos sin fines de lucro, los cuales él tampoco cobra. Él dice: “Estamos obligados a enseñar lo que sabemos”.
Y esa actividad paralela es la que lo hizo reunirse con otros actores y formar la Dimad, asociación de diseñadores de Madrid, que da pie a sus diálogos con Félix Beltrán, uno de los diseñadores gráficos más importantes en la esfera mundial, para finalmente crear la Bienal Iberoamericana de Diseño (BID). En cuatro ediciones, la BID ha logrado establecer un mapa y un discurso del diseño iberoamericano de cara a las demandas internacionales.
–¿Cuál es la mayor razón para participar en una bienal que reúne el diseño de Iberoamérica?
–Hay un nicho de oportunidad para los diseñadores. Esa marca de participación, una mención o un premio en la BID empieza a ser valorado. Ese sello negro en el currículo tiene ya una repercusión en mercados internacionales. Eso significa que la BID es un escaparate para nosotros. En nuestros países el diseño no está tan regulado como en otros escenarios mundiales. Los diseños en Iberoamérica son muy libres, muy ingenuos, lo cual los hace frescos. Esas características abren un nicho de oportunidad.
”Adicionalmente, la visibilización de nuestro diseño reivindica el talento de muchos profesionales. Es decir, cuando hay un colombiano haciendo desarrollos y planos en la Phillips, o un mexicano que hace diseño automovilístico para la Fiat en Italia, y los miles de casos de actores de la región que lideran propuestas de diseño para grandes marcas; habría que documentar eso.
”Y allí está profundamente presente ese deseo secreto, que tenemos todos, de encontrar un eco a lo que desarrollamos”.