Francisco Umbral, escritor español (1932-2007)
No es posible rastrear en Salvador Dalí minucias de esnobismo, sino que todo él era un gran montaje esnob a la vez que una burla. Dalí, como los reyes, no puede ser el más esnob porque, sencillamente, es el esnobismo absoluto en sus tres personas divinas y humanas: el admirado, el admirable y el admirador. Entre los inventos surrealistas está el invento de Salvador Dalí, que decide hacer la caricatura del esnob, del burgués, y elevar esa caricatura a categoría universal.
Cuando lo visité en el Hotel Palace de Madrid, me recibió paseando un tigre hermoso y aburrido por la gran rotonda. Sólo el tigre superaba en majestad y originalidad al artista. Salvador Dalí padeció muchos años, en vida y obra, el maltrato de la izquierda española y la progresía, que creían haber encontrado en Dalí un falso surrealista de derechas.
Se está recuperando a Salvador Dalí por parte de la Residencia de Estudiantes y otras instituciones briosamente republicanas. Dalí, Buñuel y Alberti eran los tres izquierdistas de la casa. Dalí, rencoroso contra su padre, que no en vano era notario, hizo la burla de muchas cosas, pero cada día dibujaba mejor y hoy ha llegado a Leonardo pasando por Zurbarán.
Lo mejor y más grandioso que uno ha visto del surrealismo es una exposición de Dalí en el Museo de Artes Decorativas de París, que estaba al lado, paredaño de mi hotel de argelinos.
Cuando Dalí llegó a París y a los cafés surrealistas, André Breton vio en seguida en él al gran vivificador de la escuela, con su teoría de la “paranoia crítica”, según la cual los paranoicos hacen una lectura inversa de la realidad, que es la buena y la que debe aprovechar el surrealismo. Más tarde, Dalí sería arrojado de la cripta surrealista porque una noche se presentó con un esmoquin blanco lleno de vasos de leche sostenidos en anillas. “Con esa leche podría darse de comer a los niños hambrientos del mundo”, dijo Louis Aragon. Ante el arranque caritativo, Dalí decidió marcharse. No entendía el surrealismo como un centro parroquial de caridad.
Dalí abandonó la escuela, pero nunca el surrealismo, ya que se trata de un pintor literario en quien la imaginación tiene tanta o más fuerza que la pintura, y esto es característica general del surrealismo, escuela esencialmente poética, como nacida de la mente lírica de Breton.
Como lápida de su expulsión del grupo, Breton lo bautiza Ávida Dollars, según su obsesión catalana por el dinero. Pero Dalí quería ser rico para burlarse mejor de los ricos y para pintar más a gusto, trabajando en su estilo particular de surrealismo, que se caracteriza por una utilización irónica de cierta materia a lo Salzillo que luego descomponía en construcciones geométricas muy sabias, como su Madonna de Port Lligat y otras obras maestras, entre ellas el Cristo visto en picado y que es un joven efebo que está profanando la imagen convencional de Cristo.
Pero estos convencionalismos nunca supo verlos la izquierda estética, hasta que, un día, exponiendo en la Quinta Avenida de Nueva York, penetró en el escaparate, plagado de admiradores, para destruir desde dentro aquel montaje que no le gustaba, incluido el vidrio del escaparate. ¿Locura egotista, efecto publicitario o exceso de drogas? Gala se ocupaba de recoger los cheques millonarios que cobraba Dalí por asistir a una cena en Nueva York.