L a conducta humana es la capacidad que la persona tiene para responder a los problemas de su ambiente en relación (o no) con las actividades que realiza. Lo hace mentalmente reflexionando sobre ella misma, o expresándose física y socialmente.
El comportamiento de las personas consiste en la forma como ellas interactúan con su medio a través de respuestas que dan (físicas o psíquicas) a los estímulos que reciben. Estas respuestas pueden ser distintas ante un mismo estímulo, según la capacidad mental y la experiencia. Las respuestas sufren la influencia de factores genéticos heredados, y, en forma muy importante, de la educación recibida, los ejemplos vistos y la cultura imperante en el ambiente.
Influencias. El medio social donde uno ha crecido y se desenvuelve, contribuye a modificar las respuestas; por ello, desde niño, el ser humano está constantemente bajo aprendizaje sobre cómo comportarse ante diferentes situaciones, según la educación recibida.
Algunas investigaciones muestran que ciertos niños o adultos exhiben una propensión heredada a realizar ciertos actos, aunque la mayoría se inclina hacia la idea de que los factores aprendidos son fundamentales y, además, muy importantes para que se expresen cualidades genéticas (genialidad en los niños, por ejemplo).
Mozart fue un genio musical. Su padre le enseñó música y a tocar el clavicordio, y el niño compuso una pieza sin saber escribir, cuando tenía 5 años. Por otro lado, Albert Einstein no contó de niño con un ambiente que lo ayudase a expresar sus conocimientos en el campo científico; más bien, se lo consideraba un pésimo estudiante. Sin embargo, ya adulto, su genialidad (genética) y su intuición superaron sus fallas de ambiente y crearon teorías científicas sobre las que no se tenía experiencia.
La conducta humana parece ser el resultado de dos mecanismos:
1. Los biológicos, como son los genes, heredados de nuestros padres. Desde el inicio del embarazo, su acción da lugar al cerebro. El funcionamiento del cerebro da lugar a la inteligencia humana, la memoria, la reflexión y las emociones, y a muchas otras acciones.
2. La influencia de las experiencias, la educación recibida y los ejemplos del ambiente desde que se nace y cuando se crece. Ambos interactúan y se interrelacionan.
Darwin consideraba que la evolución no nos proporcionaba reglas éticas; sin embargo, mediante la selección natural y la herencia genética, la evolución del ser humano dio lugar a un cerebro superior y excepcional. Su funcionamiento se llama “mente o inteligencia”, y hace que al parecer sea el único animal capaz de captar los sucesos del ambiente, reflexionar sobre ellos y actuar en muchos casos en forma ética o conforme a la moral.
Herencia y educación. Si recordamos que la función de los genes mantiene activas las neuronas cerebrales durante toda la vida, se verá que la herencia biológica también participa en la moral y en las decisiones que las personas toman sobre lo bueno y lo malo. La cuestión no es si hay que relacionar la biología con la moral (porque sí se relacionan), sino cómo.
Los caracteres llamados “heredados” de padres a hijos son transmitidos por los 22.000 genes contenidos en los 23 cromosomas (del óvulo) de la madre y en los 23 (en el espermatozoide) del padre. Desde que estas dos células se unen, sus genes comienzan a producir sustancias proteicas para formar las células.
Las células originan todos los órganos y sus funciones, y los caracteres físicos, como el cuerpo, el color de la piel y de los ojos, etc. Un gen del cromosoma 23 define el sexo del embrión: será mujer si predominan dos cromosomas con forma de X; será hombre si un cromosoma es de forma de Y y otro es como una X. Los cromosomas también participan de cierta manera en la formación del carácter de las personas.
Por otro lado, para la maduración intelectual del ser humano son básicos los cuidados y los ejemplos recibidos desde que nace. También son esenciales la educación informal en el hogar y el ambiente, y la formal de escuelas y colegios.
La educación es esencial para el aprendizaje de normas morales sobre lo que está permitido o prohibido. También importan los ejemplos de respeto y tolerancia que reciban las personas.
El problema de la enseñanza no estriba en la cantidad, sino en su calidad. Sin embargo, cualquiera sea su edad, los niños y las personas son movidos en muchos casos por el sentimiento o las emociones, más que por la razón.
Instintos. El instinto es una disposición innata, heredada, que induce al animal o a la persona a actuar o a comportarse en forma determinada ante un estímulo. El instinto no precisa de aprendizaje y procura ayudar a la supervivencia de la especie. En las personas, los instintos más relevantes son los de supervivencia (conservación de la vida); entre ellos figuran el instinto de la agresión (de lucha para alimentarse o para defenderse) y el de la huida (cuando el agresor es superior).
El instinto sexual es la atracción que los machos sienten por las hembras, y viceversa, para la reproducción y la conservación de la especie.
El instinto de los cuidados maternales se percibe desde que el niño (tan inválido) nace y hasta que crece. Este instinto comienza a ser activado hormonalmente por los genes incluso al inicio del embarazo, estimulando al cerebro de la madre para brindar cuidados, y se refuerza socialmente según los ejemplos que la madre haya recibido en su hogar. Los niños no sobrevivirían sin estos cuidados, que existen desde hace millones de años en los primates y luego en los homínidos y en el Homo sapiens .
Otros instintos son: el de la succión del pezón de la madre para la obtención de alimento; el del placer, que contribuye a la reproducción en el caso del sexo; el de la curiosidad, más notoria en los antropoides y sobre todo en el ser huma-no desde pequeño; el de caminar temprano, que se observa en los recién nacidos de las hembras de caballos, cebras, venados, elefantes, etc. (en otras especies no es un instinto temprano pues los neonatos son tan desvalidos como los recién nacidos humanos, aunque todos aprenden a caminar).
Emociones. Por otro lado, están las emociones. No hay mente sin emociones pues el ser humano fue creado para analizar las cosas y decidir qué hacer, y además para sentirlas. Todo niño y todo adulto se enojan o se sienten alegres, se desalientan o se sienten satisfechos, sienten cariño u odio, y expresan esas emociones de diferente manera. Son expresiones que nos impulsan a dar respuestas rápidas a problemas que afrontamos.
Las experiencias y la educación recibida contribuyen a moldear las emociones. Dentro de esta perspectiva, la moral y la ética se reducen a aprender y a saber cómo podemos lograr que nuestra mente y la razón predominen y controlen nuestros deseos y pasiones cuando no son convenientes –aunque vemos cómo la pasión sexual en algunos jóvenes sobrepasa al razonamiento y a la educación y da lugar a embarazos no deseados–.
Muchos expertos aceptan que, en las personas de tipo emocional, los comportamientos no solo se deben a aspectos adquiridos o culturales, sino también a factores heredados. El papel que desempeñan algunos genes en la aparición de ciertas enfermedades mentales ha dado lugar a que se diga que el ser humano es el resultado de interacciones de todos los genes, sujetos además a la influencia del ambiente al que la persona está expuesta.
Epigenética. Los niños tienen “carácter” diferente. Así, unos son ansiosos; otros, calmados; unos hablan poco y otros son extravertidos; algunos son emocionables y bondadosos, pero otros son indiferentes o egoístas.
Las distintas personalidades parecen tener relación con la cantidad de ciertos neurotransmisores (dopamina, serotonina, etc.), que producen las células del cerebro en ciertas áreas y que controlan procesos bioquímicos en esas neuronas.
La acción normal de tales neurotransmisores nos mantiene sanos de la mente, y esto se debe a factores hereditarios y adquiridos.
La inteligencia y la capacidad de la mente de la mujer y las del hombre son iguales; sin embargo, su cerebro responde diferentemente ante algunos estímulos.
Así pues, en el comportamiento humano, los genes ejercen una función primordial que durante muchos años no había sido descubierta ni luego comprendida.
Algunos factores situados fuera de los genes se llaman “epigenéticos” pues activan o desactivan genes. Tales factores controlan los rasgos sexuales, como la identidad y la orientación sexuales (tema aún en investigación), alterando la hormona testosterona en el vientre materno.
Esperemos a conocer el código genético completo y a saber cuáles son los tipos de proteínas que cada gen produce en las neuronas o células, y cuál es su lugar de acción en el cerebro. En ese momento se podrá evaluar el papel real que los genes tienen en la conducta para desenvolvernos en la vida en forma normal o patológica. Entonces posiblemente podamos prevenir enfermedades.
El autor es médico, divulgador científico y filósofo de la ciencia; fue ministro de Salud entre 1982 y 1986 .