La gran diferencia que hay entre los antiguos griegos y los antiguos chinos consiste en que los antiguos griegos lo inventaron todo, pero los antiguos chinos lo inventaron antes. Las creaciones del gran Reino del Centro (China) se pierden en la noche de los tiempos; o sea, en el lugar donde la honrada ciencia de la historia deposita los objetos perdidos hasta que aparezca su dueño.
Verbi gratia, no hace mucho, en China se han descubierto las “hachas de Zhejiang”, que incluyen signos parecidos a la escritura tradicional de ese país. Se cree que tienen 5.000 años. De ser así, habría dos noticias: una buena y otra mala. La buena es que la escritura podría ser aún más antigua que la mesopotámica (4.500 años); la mala es que las hachas escritas confirmarían la inquietante pedagogía de que “la letra con sangre entra”.
Los antiguos chinos también inventaron el papel, lo que se condice con el invento de la escritura porque no era cosa de imprimir libros en hachas. Además de ser pesadas, inducirían a los poetas a dar respuestas cortantes a los críticos. Estas cosas siempre acaban mal.
Si nos atenemos a algunas viejas leyendas, los chinos también inventaron los hombres mecánicos, y el mérito es mayor pues entonces no había diputados de gobierno.
En su ameno libro Los falsos adanes, el historiador Gian Paolo Ceserani nos narra la leyenda de un autómata de madera inventado en la antigua China. Su ingenioso creador lo llevó ante un rey (siempre hay un rey), y, luego de cumplir con asombrarse, el monarca obsequió cien mil millones de monedas al inventor. Se ignora si esto se debió a la real generosidad o a la devaluación del signo monetario.
Entre los antiguos griegos, el mito de inventor de autómatas se lo ganó Hefestos, dios del fuego y de la fragua, incansado hacedor de las armas y las joyas de los dioses.
Según Alfonso Reyes (Mitología griega, cap. I, 4), Hefestos fue un mito asiático que, como dios del fuego, destronó a Prometeo, el único dios que tuvo nombre de candidato.
En su Ilíada (libro XVIII, 418), los sucesivos hombres que fueron Homero nos sorprenden con la historia de dos mujeres de oro que Hefestos había hecho: “Tienen ellas sentido en sus entrañas, y asimismo tienen fuerza y voz”. El exegeta español Antonio López Eire anota: “Se trata de muchachas robots, autómatas, como en nuestras mejores novelas de ciencia ficción” (Ilíada, Editorial Cátedra, p. 772).
Hefestos se había adelantado a su tiempo (por algo era un dios). Había creado seres artificiales que lo liberaban de parte del trabajo. La misma ilusión inspira aún a científicos, a profetas y a poetas. El “hada cibernética” –del aedo Carlos Germán Belli– es una diosa que, aunque no existe, merece nuestra fe.