Algo de John Kennedy que fascinaba al novelista Gore Vidal era el tamaño de los dientes de John Kennedy. “Los tenía enormes y le gustaba tocarlos como xilófono”, dijo Vidal a The Times, de Londres, en octubre del 2009. Gore había conocido a Jack Kennedy cuando este era apenas un senador –entre liberal y libertino– que se había casado con Jacqueline Bouvier. Ella se transformó así en Jacqueline Kennedy por uno de esos golpes de la mala suerte; o sea, de los golpes que no duelen ahora, sino después.
El demasiado inquieto Gore era hermanastro de Jacqueline, y así entró en el breve Camelot de la Casa Blanca, como si fuera un primo tercero que se aparece para tomar todos los whiskies y todas las notas que entrarán peligrosamente en su memoria y en sus memorias.
Por aquellos años, Vidal había conocido también a Andy Warhol y lo había definido como “el único genio con un cociente de inteligencia de 60 puntos”. Como en las encuestas, quizá debió aclarar que podía haber un margen de error de cuatro puntos. Como fuere, Gore Vidal solía matar así, con tiros de gracia.
Gore Vidal también se dio tiempo para la actuación pues representó al cínico y displicente "director" en el filme futurista-humanista Gattaca, cuyo título se formó con las "letras" del ADN: A, C, G, T.
A Vidal (1925-2012) le era indiferente ser un icono (no “ícono”, por favor) de la cultura gay pues le interesaba más la elegancia en la escritura y en la ropa –lo que tal vez sea otra manera de firmar, pero en las fotos–.
Tornando a Jack y Gore, al final de su libro La invención de una nación, Vidal recuerda un diálogo que tuvo con el presidente en 1961 en la mansión del clan Kennedy: una extensa casa de campo que, más bien, parecía el campo en una casa.
Kennedy confesó que lo asombraba la mediocridad de los líderes de entonces, comparados con los “padres fundadores” Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y Alexander Hamilton.
El encontrar la respuesta llevó al irónico ácrata Gore Vidal a nadar de vuelta en los ríos de la historia, donde los datos huyen como peces de jabón. En 1964, el año siguiente a la muerte de Kennedy, Vidal publicó Juliano el Apóstata , su primera novela histórica y un magistral elogio de aquel personaje.
Flavio Claudio Juliano (332-363) fue el emperador romano que negó la condición oficial a la religión cristiana y procuró reestablecer los cultos griegos y latinos, pero fracasó en su intento. El filósofo David Strauss llamó “un romántico en el trono de los césares” a Juliano (Estudios literarios y religiosos).
Lo que tal vez Gore Vidal no haya sabido es que Juliano prohibió, a los sacerdotes “paganos”, la lectura de novelas (diríamos hoy) eróticas; así lo resalta el helenista español Carlos García Gual en Figuras helénicas y géneros literarios (cap. XV); es decir, prohibió novelas como las que el propio Vidal escribía: otra ironía de la historia. Hay prohibiciones que son homenajes.
¿Por qué hay más genios en una época que en otra? No es así: siempre hay genios, pero algunas épocas portan ya su propia y enorme resonancia: lentes de aumento que concentran el Sol para nosotros.