La lluvia marcó el último día del Festival Nacional de las Artes, para bien y para mal.
Por un lado, generó una serie de complicaciones para los productores y los espectadores del evento, pues, en cuanto comenzaron las actividades de clausura del programa, las densas nubes grises que se habían posado sobre Golfito este domingo hicieron de las suyas.
Sin embargo, para quien prefiera ver el vaso medio lleno, habría que decir que pese a que el cierre del festival estuvo pasado por agua, charcos y barro, la asistencia fue uno de los puntos altos. El público no solo acudió a su llamado, sino que se quedó hasta el final.
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"La decisión de haber venido para acá la verdad es que ha sido terriblemente satisfactoria, muy recompensante. La avidez y el gusto con el que se han echado a la calle con sol y con lluvia y que la programación ha sido recibida con llenazos", destacó la ministra de Cultura Sylvie Durán, en una entrevista con este medio.
Que lo diga, por ejemplo, el mago Alejandro Navas, quien tuvo que correr a buscar implementos para poder realizar su show Magia de cerca en el parque. Al ver la acogida que había tenido el festival, Navas comprendió que sería imposible manejar su número tal como estaba planeado: con grupos de 20 personas como máximo. Tendría que pensar en un espectáculo mucho más escénico.
"Lo bonito es el calor de la gente. Aunque no caben, logran agruparse para ver con detalle todo", resaltó.
También podrían dar fe de lo multitudinario que resultó el cierre del festival los encargados de la seguridad del gimnasio del pueblo, quienes se vieron obligados a apagar las ilusiones de varias decenas de personas que hacían fila para presenciar la función de danza El lado oscuro, del grupo GB Real.
"Lo sentimos, ya no podemos dejar pasar a más gente. ¡Estamos saturados!", gritó a la muchedumbre uno de los guardias.
Adentro, las sillas y las graderías estaban repletas. Entre el asombro ante la flexibilidad y el talento corporal de los bailarines, muchos de los espectadores grabaron la puesta en escena con sus celulares.
"Los movimientos de las mujeres que bailaron estuvieron muy bonitos", opinó Samed Martínez, de 13 años.
A la misma hora, se presentaba el show Viaje a Xibalbá, a cargo de la agrupación Ex-Ánima. La historia relatada a través de la corporalidad, además de los trajes con matices neón bajo la luz ultravioleta consiguieron deslumbrar a los poquísimos espectadores que se trasladaron hasta el gimnasio del colegio técnico Carlos Manuel Castro, a un costado del Depósito Libre Comercial de Golfito.
"Estuvo muy bonito. Yo pienso que si hubieran sabido que iba a ser así, hubiera venido más gente", comentó Samantha Chavarría, estudiante de ese colegio.
Voces de discordia. A las 7:30 p. m. la lluvia azotaba con más fuerza el parque de Golfito. No obstante, eran muchas las familias que habían salido de sus casas para disfrutar de las actividades de clausura del festival. Mojadas de pies a cabeza o compartiendo sombrillas, se mantuvieron apostadas en las aceras para disfrutar en primera fila del tan esperado pasacalles.
No obstante, las manecillas del reloj avanzaban y en la carretera principal no se divisaban los personajes que llenarían de magia y color la noche del pueblo costero.
Pasadas las 8 p. m., por fin salieron a la calle dos indígenas con antorchas y una representación de una choza. No había más.
"¡Este es el peor pasacalles que he visto! Tras de que ni empezó a las 7:30, como decía...", dijo un joven a uno de sus amigos.
Más, adelante, la reacción de una mujer sentada en una parada de bus fue similar: "¡Ah, pero no traen ni música, qué aburrido! Es un desfile lúgubre".
La pareja de indígenas se trasladó hasta la tarima de conciertos, ubicada frente al restaurante Black Marlyn. Caminaron hasta allá en medio de la muchedumbre, aunque la lluvia amenazaba no solo el fuego de sus antorchas, sino también la integridad del body painting que cubría sus torsos desnudos.
Ya sobre el escenario, empero, sí recibieron el aplauso del público, cuando la música y las proyecciones de vívidos colores se aliaron con su tribu para desarrollar un corto espectáculo artístico.
De inmediato, el show Mar de fuego hizo que la explanada de conciertos se despejara, pues todos corrieron a buscar un sitio desde donde pudieran observar lo que ocurría sobre el agua del golfo.
Era casi imposible encontrar espacio para ver cómo las barcas con fuego recorrían el mar, mientras un dispositivo de aspersión creaba una especie de pantalla de agua, similar a la que atrapa miradas en Disneyworld, sobre la que se proyectaron una serie de imágenes creadas para el festival.
Sentado sobre un banco de plástico en un puesto callejero de venta de ceviches, Jesús Atencio no podía ocultar su indignación.
"Crearon mucha expectativa con lo de la tecnología, que no fue nada: unos botecitos llegando ahí, ¡y eso costó millones!", aseveró. "No duró ni 156 minutos y quedó vacilado el pueblo. En un futuro, la gente va a decir. 'No, ¿qué voy a ir a hacer ahí? ¡Y con ese clima!".
Según los cálculos preliminares de la jerarca Durán, el presupuesto total del festival rondó los ₡900 millones, de los cuales ₡680 millones fueron aportados por el ministerio, otros ₡180 millones por la Junta de Desarrollo Regional de la Zona Sur (Judesur) y el dinero restante se obtuvo de algunos patrocinios.
"Esta es una aventura que tiene su enjundia, pero que vale cada peso", afirmó la ministra.
En su criterio, el festival sirvió no solo como plataforma para los artistas participantes, sino también para que reconocieran que en la región también existe infraestructura que puede ser tomada en cuenta para desarrollar espectáculos artísticos a futuro.
Asimismo, resaltó la riqueza de la oferta del festival, que se desarrolló entre el 5 y el 14 de agosto en las localidades de Golfito, Ciudad Neily, San Vito, Agua Buena, La Cuesta, Comte, Río Claro, Ciudad Cortés, Palmar Norte y Rey Curré.
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"Les hicimos un verdadero mix del arte nacional", dijo Durán.
No obstante, justo esa idea fue la que le generó la cara larga a Atencio, poblador de Isla Grande.
"He viajado hasta las diferentes sedes del festival y la verdad, lo que he visto es lo que la cultura citadina acostumbra a ver como festival", manifestó.
"El golfiteño no está acostumbrado a música tan bohemia. Al igual que al porteño o el limonense, le gusta una música con más energía", añadió, mientras desde la tarima de conciertos resonaban las notas salseras de la agrupación nacional Son de Tikizia.
Tuviera o no razón en sus apreciaciones, lo cierto es que la explanada de conciertos permaneció recubierta de sombrillas por el resto de la noche, pues la lluvia no dio tregua en el último día de esta fiesta de las artes.