Washington (AFP). La Galería Nacional de Arte de Estados Unidos exhibirá, a partir del viernes, 30 pinturas con motivos florales y animales del gran maestro Ito Jakuchu (1716-1800), una excepcional colección de la Casa Imperial japonesa que por primera vez se expone fuera de ese país.
Washington celebra este año el centenario de un particular regalo: los 3.000 cerezos que el gobierno nipón mandó a la capital estadounidense en agradecimiento por la mediación que ayudó a finalizar la guerra ruso-japonesa (1904-1905).
La corta floración de los cerezos es la principal atracción de la primavera en Washington, y esta exposición de Jakuchu es igual de breve. La muestra estará abierta tan sólo cuatro semanas (hasta el 29 de abril), por la fragilidad de las pinturas.
“Es una ocasión única para presenciar la más importante y destacada colección de pintura floral en la historia de Japón, declaró el director de la Galería Nacional, Earl A Powell III.
Jakuchu, hijo de una rica familia de mercaderes, decidió en 1755 dedicarse a exclusivamente a la meditación zen y a la pintura. Necesitó casi una década, de 1757 a 1766, para pintar esas treinta obras, en las que ejerció toda la destreza que había acumulado durante años para dominar el difícil arte de la pigmentación sobre seda.
El resultado son treinta delicados rollos de seda con esplendorosos árboles y plantas en flor, gallos de vivos colores en plena pelea o pájaros de finísimo pelaje absortos en paisajes nevados.
Las obras no fueron pintadas para ser exhibidas públicamente sino para ceremonias budistas en el monasterio de Shokokuji, en la ciudad imperial de Kioto.
Allá fueron a parar inicialmente, pero el monasterio las donó luego a la Familia Imperial japonesa en 1889 en agradecimiento por su ayuda para restaurar el edificio.
Los emperadores japoneses disfrutaron privadamente de estas excepcionales obras durante décadas, y solamente autorizaron reproducciones en raras ocasiones, como la Exposición Universal de Saint Louis (Misuri, centro de Estados Unidos) en 1904.
La exposición es si cabe aún más excepcional porque las treinta pinturas sobre seda está coronadas por otros tres grandes retratos de Buda del mismo autor, que siguen en el monasterio desde que Jakuchu las donó en esa misma época.
Es la segunda vez en la historia que todas esas obras son reunidas de forma pública, recordó el superintendente del monasterio de Shokokuji, Raitei Arima.
La muestra congregó a numerosas personalidades de la comunidad japonesa en Washington, ansiosas por ver seguramente por única vez en su vida la obra de Jakuchu.
“Estas pinturas originalmente no debían ser expuestas más allá de un día entero”, ya que eran utilizadas como escenario para las ceremonias de los monjes, explicó el comisario de la exposición, Yukio Lippit, experto en arte japonés de la Universidad de Harvard.
Jakuchu acumuló años de estudio de la pintura tradicional japonesa antes de lanzarse a la elaboración de esa serie de pinturas, pero tampoco dudó en utilizar técnicas nuevas, procedentes de China, o colores como el azul de Prusia, por primera vez en Asia, según los expertos.
La exposición incluye minuciosas ampliaciones fotográficas que demuestran que Jakuchu pintaba incluso en el reverso de los rollos de seda, con delicadas gotas de pigmentación para lograr prodigiosos efectos luminosos, como el pelaje de ciertos pájaros o el efecto de una suave nevada al atardecer.