En 2014 se cumple el centenario del nacimiento de tres importantes escritores mexicanos: Efraín Huerta, Octavio Paz y José Revueltas. Los tres nacieron en el fragor de la Revolución mexicana y cumplieron veinte años en plena década de los 30, tiempo de frenesí creativo que concentra los credos y las mitologías, los amores y las pasiones del siglo XX.
Concebida en un mundo transformado por la Primera Guerra Mundial, tras el fin de los imperios multinacionales, la década de los 30 nace con la Depresión de 1929. En los siguientes diez años, conforme se vulgarizan las ideas de Freud y Einstein, las ideologías políticas entran en crisis mientras empiezan a surgir, por las armas, nuevos imperios, a izquierda y derecha.
Febricitantes. Con los gobiernos de los presidentes Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, México está viviendo un intenso proceso constructivo. Los hombres alzan nuevos edificios, instituciones y leyes. El Palacio de Bellas Artes, el Banco de México y Petróleos Mexicanos nacen por estos años. Cada presidente pone en práctica, según los entiende, los principios de la Revolución que por fin está acabando de acabar.
El ámbito mexicano refleja a escala la intensidad de la década de 1930. La cultura mexicana vive como si fueran propias grandes querellas que rebasan los límites de la nación: el exilio de Trotsky, la asonada de Franco, la invasión nipona de Manchuria y la italiana de Etiopía. El joven poeta Efraín Huerta, nacido en Guanajuato el 18 de junio de 1914, vive con intensidad estas tensiones.
Efraín Huerta llegó a la Ciudad de México en 1931, a instalarse con su familia en el barrio de Tepito. Trató de ingresar en la Academia de San Carlos para aprender artes plásticas. Rechazado, tuvo que buscar sitio en la Preparatoria Nacional de San Ildefonso, donde conoció a su amigo Rafael Solana, también poeta, y a Paz y Revueltas, sus condiscípulos.
Habiendo contraído la fiebre literaria, Huerta, con Solana, Paz y otros, crea la revista Taller en 1938. En ellos se encuentra la huella de un nuevo influjo en la poesía mexicana, por obra de poetas como Luis Cernuda y Emilio Prados, republicanos españoles refugiados en México. Del grupo que formó Taller dice Octavio Paz: “Los poetas de este grupo intentaron reunir en una sola corriente poesía, erotismo y rebelión. Dijeron: la poesía entra en acción ”.
Ternura y desenfado. Huerta ejerció como poeta durante 50 años sin tregua, desde su primer libro publicado, Absoluto amor , hasta una colección póstuma, Dispersión total (1986).
Efraín Huerta participa en la convicción colectiva de una generación que sentía estar viviendo en la alborada de la liberación definitiva del proletariado, como que escucha cantar pajaritos que anuncian el final feliz de la historia en el Año 0 de Nuestro Marx.
Ningún escritor de México vivió tan radicalmente esta convicción. Huerta se levantaba cada mañana exaltado sobre una nube revolucionaria, fundando repúblicas liberadas a cada beso que va dando. Cada viaje al interior del país lo conduce a la verdad profunda de México. Cada película que ve, cada libro que lee, es un paso en la marcha que da con las masas obreras y campesinas en el camino hacia la libertad sexual, mental, espiritual, total…
Efraín Huerta prosiguió su carrera de poeta con tenacidad y perseverancia admirables, aunque sin el menor interés por hacer una carrera literaria convencional. No le importaban los premios, los reconocimientos ni las reseñas de los críticos. Nunca fue ni quiso ser un intelectual. Lo que le importaba a Huerta era poetizar, personificar tragedias (y comedias) que más tarde verbalizaba, gozar (y sufrir) experiencias que le sirvieran como materia prima para producir versos tras versos tras versos y más versos.
Así, durante medio siglo, Huerta fue “simultánea o sucesivamente, el poeta del amor y de la ciudad, el propagandista de sus convicciones políticas y de su fe en la revolución o lo que él creyó que era la revolución, la voz de la ira y de la imprecación, el poeta de la ternura y del desenfado, el fin, el poeta de la ironía, del erotismo y del humor”, como lo dijo hace más de 25 años la primera reseña que apareció de su Poesía completa , en la revista Vuelta .
Honradez intelectual. En la Poesía completa de Efraín Huerta salta a la vista la variedad de su obra, en la cual los poemas amorosos (que son muchos, y algunos, afortunados) no ensombrecen a los políticos (que con frecuencia no son retóricos). Poemas larguísimos conviven con textos muy breves, en especial los que él llamaba “poemínimos”, unos zaguates cruza de epigrama con haikú con madrigal que, cuando llegan a acertar, resplandecen.
Huerta llevó el lenguaje del habla cotidiana a extremos en que apenas se le puede distinguir de un chiste colorado. Si bien muchas veces escribió con más entusiasmo que arte, siempre conservó la enjundia. “El meollo de la obra de Huerta está mucho más en aquellos poemas en que se nos muestra, más que como el ‘hombre del alba’, como el poeta de un atardecer desolado en el infierno cotidiano de la gran ciudad implacable”, dice Salvador Elizondo acerca de Efraín Huerta.
La obra de Efraín Huerta podría definirse con una frase: honradez intelectual. Su originalidad no sólo está en sus gozosas ocurrencias, sino también en su agilidad verbal. El poeta goza, se divierte con el idioma, echa relajo con las palabras, juega y le importa un bledo lo que opinen los demás, incluidos lectores, críticos y editores. Está vacunado contra el qué-dirán, enfermedad que paraliza la lengua y las neuronas.
Efraín Huerta es un poeta que nunca dejó de ser joven, como se aprecia en “Borrador para un testamento”, que le dedicó a Paz en 1964, cuando ambos estaban cumpliendo 50 años. Nunca perdió el cinismo fanfarrón que oculta un corazón suavecito como pulpa de granadilla, máscara que utiliza la postadolescencia temprana para poder dar el salto a la edad adulta.
La única diferencia es que Efraín Huerta no se quitó la máscara. A cien años de su nacimiento, celebre a Huerta leyendo sus poemas, que se encuentran reunidos en la Poesía completa (Martí Soler, editor; FCE, 1985). Tenga veinte años un rato. Anímese. No duele.
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El autor es director del Instituto de México en Costa Rica.