La mente –o el pensamiento– es el grado más elevado de la evolución del ser humano en el tiempo y lo que marca la diferencia con los animales superiores. Como entidad (abstracta), la mente está dada por el funcionamiento del cerebro, un órgano concreto y material. Su accionar nos permite comprender nuestra relación con todo los que nos rodea; a su vez, nos ayuda a dar respuestas adecuadas a los problemas que el medio nos plantea.
Gracias a la mente reflexionamos sobre el tiempo y el espacio, y sobre todos los hechos de la naturaleza. La mente nos proporciona el conocimiento que el hombre tiene de sí mismo, de sus problemas, acciones y pensamientos, del lugar que ocupa en su medio y de su posición en el mundo.
En el siglo V a. de C., Hipócrates , el padre de la medicina, señalaba lo siguiente en sus escritos: “El hombre debe saber que sólo del cerebro proceden la alegría y la risa, así como las penas, el desaliento y las lamentaciones. Gracias a él adquirimos conocimientos y sabiduría; vemos, oímos y conocemos lo que es malo y lo que es bueno. Por el mismo órgano nos volvemos locos y delirantes, y nos dan miedos y temores. De él proceden los sueños, las preocupaciones y las inquietudes”.
Hace 2.400 años, ese genio de la medicina nos enseñaba lo que hoy confirmamos –con una alta tecnología– sobre el funcionamiento de nuestro cerebro.
Un todo inseparable . El cuerpo y el cerebro son un todo. El cerebro subsiste gracias a los alimentos que recibe del cuerpo por la circulación arterial proveniente del corazón (azúcares, proteínas, minerales, etc.), aparte del oxígeno. El cerebro deshecha el CO² y otras sustancias por las venas.
A su vez, el cuerpo no podría funcionar sin el cerebro; la persona se convertiría en un “vegetal”, aunque el símil tal vez no sea adecuado pues los vegetales están estáticos, pero tienen vida, se alimentan y se reproducen.
El cerebro puede dar órdenes a todo el cuerpo para que funcione; incluso, en caso de un trastorno mental o una depresión grave, el cerebro puede ordenar al cuerpo cometer suicidio. Iría así contra el principio básico de la vida: la supervivencia biológica del ser es lo primero
Lo anterior nos demuestra que el cuerpo se subordina al cerebro y a su mente. A su vez, el cerebro deja de estar subordinado a los genes, cuyo mandato principal consiste en que los seres y las especies deben reproducirse y sobrevivir a como haya lugar.
Sin embargo, gracias a su mente, el ser humano adquirió lo que se conoce como “libre albedrío”, un comportamiento o forma de decidir una conducta. El libre albedrío parece tener un componente innato, aparte del adquirido en cuanto a la función cerebral ante un problema. Por dicha facultad, el cerebro puede decidir qué hacer con su cuerpo y con su vida, independientemente de lo que la biología mande o lo que la experiencia indique.
El cuerpo nos da supervivencia física e individual; el cerebro, supervivencia intelectual. El cuerpo funciona únicamente para favorecerse a sí mismo, pero el cerebro y su mente no solo funcionan con este fin. Puede favorecer a muchas personas, incluso a naciones, con sus ideas, descubrimientos, logros y realizaciones: esto se llama “herencia social”. Cuando el ser humano muere y deja hijos, a esto se lo llama “herencia biológica”, transmitida por los genes de sus cromosomas.
Conciencia interior y conciencia exterior. Los seres humanos parecen vivir al mismo tiempo en dos mundos. Vivimos en el mundo interior de nuestra conciencia, donde todo es un permanente fluir de ideas distintas, imposibles de medir en el tiempo. Cada ser humano posee su mundo interior conformado por sus pensamientos, reflexiones, ilusiones, dudas, odios, sueños, etc. Esto solo existe en nuestra mente; solo nosotros somos conscientes de esos pensamientos. Otras personas no pueden detectar esto, aunque cada uno sabe que sí existe en nosotros.
Además, está la conciencia del mundo exterior, percibido a través de nuestros sentidos. Esta conciencia se forma sobre la realidad de lo que captamos, que es múltiple y depende de lo que vemos u oímos en diferentes espacios y periodos, que pueden ser medidos con nuestros relojes.
La mente nos muestra el mundo exterior, dejándonos ver lo material de él o lo que todo el mundo acepta como “real”. Tal es el caso de las montañas, el cielo, los paisajes, las casas, los animales, las otras personas... Aceptamos así que el mundo no es solo el sitio donde vivimos, sino toda la Tierra, los planetas, el Sol, la Luna –visibles– y el resto del universo, que no podemos captar con nuestros sentidos, sin olvidar el mundo microscópico, lleno de vida.
Todo ello está fuera de nuestro cerebro –mejor dicho, de nuestra mente–. Sin embargo, al ser capaces de analizar los sucesos de nuestro mundo y del propio cosmos, tal vez podría decirse que el universo ha comenzado a pensar sobre sí mismo pues estamos formados por los mismos átomos de las galaxias. Algo parecido sugirió el sacerdote y paleontólogo Teilhard de Chardin hace más de 50 años.
El filósofo Henri Bergson decía: “Nosotros vivimos en forma simultánea en dos mundos. En el mundo interior de nuestro conocimiento inmediato, todo es un continuum , un perpetuo fluir, mientras que, en el mundo exterior, que percibimos a través de nuestra inteligencia, la realidad aparece fragmentada en múltiples espacios y periodos de tiempo”.
Áreas del cerebro. El estudio del funcionamiento del cerebro y algunas de las acciones de la mente se encuentran aún en una línea divisoria difícil de definir entre lo que es científico y lo que parece ser filosófico.
No obstante, cada día, los estudios de resonancia magnética, las tomografías por emisión de positrones y otras técnicas hacen posible observar casi en forma directa cómo trabajan el cerebro y sus estructuras.
Gracias a ello se ha ido creando un mapa de las zonas del cerebro, donde se señala cómo trabajan y a cuáles estímulos responden, y el significado que tiene cada región.
Aunque falta mucho por conocer, ya se han descubierto las áreas nerviosas cerebrales de algunas emociones, como el amor, la alegría, la angustia, la rabia y la meditación. Ya se conocían las zonas de la inteligencia, la memoria, la movilidad, las sensaciones táctiles, los sentidos auditivos y visuales, entre otras.
Bases genéticas. La mente es un ente abstracto y que el cerebro nos la proporciona; podemos aclarar esto con algunos ejemplos.
Cuando un patólogo corta el páncreas de un cadáver, no percibe la insulina que sus alveolos producen, pero ella existe y metaboliza los azúcares que ingresan en el organismo de una persona. Por otro lado, cuando un patólogo corta el cerebro de un cadáver, puede observar la masa encefálica (la materia), pero por ningún lado se encuentra la mente; sin embargo, existe.
Cuando un cirujano opera una región determinada del cerebro, puede quitar un tumor y, a la vez, abolir acciones abstractas adjudicadas al pensamiento, que el individuo realizaba antes normalmente, como percibir hechos, recordar, imaginar, entender palabras y hablar; también puede impedirse realizar acciones, como los movimientos de los brazos y las piernas. Todo depende del sitio extirpado.
Con ello se prueba que el cerebro participa en las facultades de hablar, entender las palabras, sentir, imaginar, desear y pensar: todo eso se conoce como la “inteligencia”. Este conjunto de facultades son funciones del cerebro, y se las califica de la mente o el pensamiento.
El pensamiento racional tiene bases genéticas claras pues los genes y sus proteínas hacen funcionar a las neuronas o células cerebrales de cualquier lugar. Sin embargo, existen muchos hechos que se asientan sobre la base de un aprendizaje, que la memoria atesora. La reflexión puede convertir tales hechos en ideas o acciones, aunque algunos pensamientos creativos de los genios pueden no depender de esto.
Sirva lo anterior para afirmar que el cerebro humano es el objeto más complicado que la ciencia haya tratado de comprender, incluido el universo. Gracias al cerebro, el ser humano ha creado la sociedad y todo lo que en ella existe. Por esa razón decimos: “Tú eres lo que es tu mente”.
El autor fue ministro de Salud; es médico y filósofo de la ciencia.