Rafael Méndez Alfaro
“El Sr. D. Pedro Zamora, respetable vecino de Heredia, se encuentra en Cartago a donde ha ido a restablecer su salud bastante quebrantada. Se nos informa que debido a los cuidados esmerados del Sr. Dr. D. Rafael Morales y a la influencia de aquel delicioso clima de la ciudad de las tradiciones patrias, el señor Zamora siente un cambio favorable” ( Diario de Costa Rica, 29/12/1885, p. 2).
Información de esta naturaleza era frecuente en medios de prensa de la época y muestra la creencia, bastante extendida entre los pobladores de San José y alrededores, acerca de las bondades que ejercía el clima de la provincia de Cartago en el estado de salud de los convalecientes.
Algunos consideraban aquel efecto como de carácter balsámico para dolencias que guardaban estrecha relación con males respiratorios o reumáticos. Cuando los avances médicos en el país eran lentos, era habitual pensar que un clima benigno beneficiaba mucho a los enfermos.
Gracias al volcán. Había factores que contribuían a otorgar atractivos a la “ciudad de las brumas” en asuntos de salud. Uno de aquellos factores era la temperatura moderadamente fresca que prevalecía en la antigua capital colonial durante varios meses. A esto se sumaba su proximidad geográfica al cordón montañoso central del país. Como se sabe, a través de ese lugar penetran los vientos alisios en el centro de Costa Rica.
No olvidemos otras peculiaridades de Cartago, como las frías temperaturas en otros momentos, acompañadas de granizadas ocasionales que dejaban un manto blanco en los senderos.
En las alturas de Cartago también se ofrecía la posibilidad de observar, en días despejados, los ricos territorios que se extendían hacia los océanos que bañan los litorales costarricenses.
Se buscaban también así las aguas termales cercanas al volcán Irazú, a las que se les atribuían poderes curativos. Recordemos que la ciudad de Cartago también está próxima al volcán Irazú y que este era un foco turístico desde medidados del siglo XIX.
Se multiplicaban los anuncios periodísticos que informaban de la disponibilidad de cómodas habitaciones en céntricos hoteles, y de casas de campo ofrecidas en alquiler por temporadas.
También se anunciaban excursiones hacia Cartago dirigidas por empleados del Ferrocarril de Costa Rica. Todos estos indicios revelan que había gran interés por atender a quienes deseaban disfrutar de las bondades del clima cartaginés para mejorar sus condiciones físicas.
Baños termales. Ya a mediados de la década de 1850, la Municipalidad de Cartago se propuso crear una infraestructura adecuada al desarrollo de establecimientos dedicados a los baños termales en la región denominada “Agua Caliente”.
Sin embargo, los altos costos del proyecto y los escasos fondos de la municipalidad postergaron la concreción de aquel plan.
Así lo reconocieron los regidores Bernardino Peralta, Francisco Ulloa, Dolores Gutiérrez, Celso Robles y Arcadio Quirós en una sesión municipal de inicios de diciembre de 1885.
Sin embargo, poco después se materializó el plan cuando se suscribió un acuerdo, de cincuenta años de plazo, con los señores Roberto A. Crespi y León Gatscoffshi. Tal contrato autorizó, a los mencionados contratistas, a crear una casa de baños termales en el barrio de San Francisco “para la curación de ciertas enfermedades, [baños] recomendados por la ciencia médica” ( Diario de Costa Rica , 11/12/1885).
Sin decirlo de forma explícita, el medio de prensa que reprodujo el acuerdo municipal se refería a ciertas dolencias frecuentes, como la artritis y el reumatismo.
En esa misma dirección, periódicos como La República (14/12/ 1888) anunciaban la venta de agua oriunda del hervidero de Agua Caliente de Cartago, en un negocio denominado “Botica de La Violeta”, situada en el corazón de la capital del país.
El costo del agua “curativa” era de 10 centavos el envase, debidamente rotulado con el nombre de la bebida y su procedencia, y provisto del sello de la farmacia en los tapones de corcho. Todo esto debía evitar la adulteración que individuos inescrupulosos pudieran efectuar en detrimento del buen nombre de la farmacia.
Sobre rieles... Las aguas termales del hervidero de Cartago se anunciaban como destino frecuente para enfermos locales y extranjeros que “buscaban aprovechar los baños de aquella fuente saludable, situada en un clima cuya benignidad es proverbial”.
A pesar de que el acuerdo municipal de 1885 daba preferencia a los empresarios Crespi y Gatscoffshi en el uso de las aguas del hervidero, la prensa señalaba que quienes desearan extraer y trasladar envases con aguas termales hacia sus domicilios, tenían plena libertad de hacerlo sin costo alguno.
El éxito de las aguas del hervidero de Cartago trataba de evidenciarse mediante la publicación de anuncios de prensa. En estos se incluían testimonios escritos de personas sobre las bondades del agua.
La aceptación de los baños termales se comprueba con la emisión cada vez mayor de anuncios periodísticos del Ferrocarril de Costa Rica donde se comunicaba el envío de trenes extraordinarios en los días domingos para emprender “excursiones a Cartago y Agua Caliente”.
En tales avisos se dejaba claro que el horario de los trenes permitiría a los clientes combinar el uso del tranvía de Cartago para desplazarse hacia Agua Caliente. Así podría volverse hacia San José al caer la noche ( La República , 21/4/1889).
Vuelta por el volcán. El otro gran atractivo cartaginés del decenio de 1880 era la visita al cráter del volcán Irazú. El editorialista del Diario de Costa Rica (15/2/1885) describía así las excursiones a dicho lugar:
“El volcán de Irazú está en su época de recibir visitas, podríamos decir: ha abierto sus salones y a ellos concurren numerosas personas, deseosas de contemplar el magnífico panorama que se extiende a sus pies.
”La ascensión a aquellas alturas no es tan penosa que digamos, pero las personas delicadas no se avienen con ciertas fatigas y se privan del gusto que otros experimentan contemplando la naturaleza desde una altura donde el termómetro marca muchos grados de frío”.
Las visitas de aficionados y conocedores a las faldas del volcán Irazú eran algo frecuente pues su recorrido daba la oportunidad de ascender hasta las proximidades del cráter.
Asimismo, las visitas facilitaban el conocer unas ricas fauna y flora en su estado natural. Ya entonces, naturalistas coleccionaban ejemplares de especies de plantas y animales poco conocidos en el medio local.
Así pues, la suma de los atractivos anotados dio una condición especial a la provincia brumosa. A fines del siglo XIX, las opiniones de las personas y los medios de prensa locales convirtieron a Cartago en un destino óptimo para quienes padecían quebrantos de salud y para aquellos que buscaban un contacto más íntimo con la naturaleza.
El autor es coordinador del Programa de Estudios Generales de la UNED y profesor asociado en la Escuela de Estudios Generales de la UCR.