carloscortes@racsa.co.cr
Conservo sobre mi escritorio una fotografía que me sigue fascinando. La tomó el célebre Mario Diablo Roa, fundador del fotoperiodismo nacional, en la sala de reuniones del antiguo edificio de La Nación , en 1975. Las miradas se concentran en la frente amplia, poblada de arrugas, y los pesados anteojos levemente caídos sobre el rostro de Ernesto Sábato, el autor de Sobre héroes y tumbas . Lo rodean el narrador argentino Carlos Catania y el entrevistador Carlos Morales. De espaldas a ellos se encuentra un icono de la literatura nacional, José Marín Cañas, y el director del periódico, Guido Fernández.
Esta reunión es irrepetible. Si bien están vivos Catania, quien volvió a Argentina, donde se convirtió en biógrafo de Sábato, y Morales, lo que subsiste es el espíritu del tiempo vertido en el aire de la conversación. La Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED) rescata esta y otras 15 entrevistas en una nueva edición corregida y aumentada de El café de las cuatro , la sección de tertulias literarias que Morales creó en 1974 en el recién fundado suplemento Áncora .
El volumen de 456 páginas, con ilustraciones de Eddy Castro y esmeradamente cuidado por los editores Gustavo Chaves, Gustavo Solórzano y el autor, corrige las erratas de la primera versión, publi-cada por la Editorial Costa Rica en 1985.
El libro incluye entrevistas con los escritores latinoamericanos Sábato, Juan Rulfo, Carlos Pellicer, Mario Vargas Llosa, Salvador Garmendia, Isabel Allende y Carlos Fuentes, y los nacionales Alberto Cañas, Isaac Felipe Azofeifa, Joaquín Gutiérrez y Marín Cañas, además del escultor Francisco Zúñiga y la humorista Carmen Granados.
El café de las cuatro toma su título de los encuentros entre Morales y Marín Cañas en La Vasconia, punto de convergencia entre periodistas cuando La Nación se encontraba en avenida Primera.
En ese lugar se reunió la tradición de las tertulias intelectuales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, en el Diario de Costa Ri ca, con el naciente periodismo cultural de la década de 1970.
Mientras preparaba la primera edición del libro, Carlos Morales relató que “Marín Cañas era un juego pirotécnico, una cosa impresionante. Una capacidad retórica de lujo, de superlujo. Tener el privilegio de escucharlo durante una hora o dos constituía un acto delictivo si no se compartía con otros. Por eso nace El café de las cuatr o”.
La primera entrevista se realizó con el erudito e iconoclasta intelectual Cristián Rodríguez, cuyas declaraciones dieron pie a que se publicara bajo el título “Soy ateo desde los nueve años y no creo en la inmortalidad”. El escándalo duró tres meses y aseguró el éxito de la sección. En 1976, Morales la trasladó al diario La República , y a partir de 1977 se mantuvo durante 20 años en el semanario Universidad .
El café de las cuatro no son meras entrevistas, sino diálogos que sirven de testimonio vivo de una etapa extraordinaria de la literatura costarricense, del desarrollo y consolidación del periodismo cultural en el país y del dominio absoluto de la novela latinoamericana en el contexto mundial.
Las charlas conservan la vitalidad y las características de las mejores conversaciones literarias. Algunas leyendas de la oralidad nacional, como José Marín Cañas, José Figueres Ferrer, Carmencita Granados y Alberto Cañas, transitan por sus páginas con identidad propia.
Uno de los recursos estilísticos de Morales es hacer hablar a los demás. El entrevistador desaparece para que aparezcan los otros. Como Dios –si se cree en él–, está en todo y en ninguna parte. Morales exhibe un gran respeto dialogante hacia la obra del autor entrevistado; una hondura que bordea la intimidad sin caer en lo frívolo; un sentimiento de fugacidad, de presente que se escapa, en el intercambio efímero; y una fotografía en movimiento de la época que le dio origen.
En el volumen se encuentra tanto el torrente fantástico de Cortázar, rumbo a la experiencia que se narra en el célebre relato “Apocalipsis en Solentiname”, como la timidez de Isaac Felipe Azofeifa y Juan Rulfo, la delicada perspicacia de una primeriza Isabel Allende –recién publicada su novela La casa de los espíritu s–, el espectacular diálogo “al alimón” entre Joaquín Gutiérrez y Pepe Figueres –donde no se sabe quién sabe más de literatura– y la presencia de la cultura popular en Carmen Granados.
Estas conversaciones, entre Morales y sus contertulios, son verdaderos coloquios literarios: vamos de un continente de conocimiento a otro, de una enciclopedia personal a un retrato colectivo.
Las respuestas son importantes, pero también las preguntas, y unas y otras reconstruyen el fluir vital de cada encuentro al formar un entramado que permite aproximarnos a la vida y a la obra de los autores retratados por sus mismas palabras.