Jorge Luis Borges nació en 1899. El hecho parece trivial pero no lo es. Hacia 1926, ya en Buenos Aires, de vuelta de sus años de estadía europea (donde hizo su bachillerato ginebrino, se volvió políglota y se granjeó la simpatía de variados vanguardistas españoles), Borges ya había publicado dos libros de poesía, Fervor de Buenos Aires y Luna de enfrente ; dos ensayos, El tamaño de mi esperanza e Inquisiciones ; y menudeaban en la prensa argentina sus intervenciones agudas. Borges tenía aún una prosa trabada, suntuosa, barroca.
Con 27 años cometió un pequeño robo: se quitó un año. Una operación típicamente borgeana, una boutade , una travesura, un ardid mínimo con consecuencias enormes. Al cambiar 1899 por 1900, Borges gana para su biografía el año que necesita para ser un hombre del siglo XX, para alcanzar cierta boga, cierto modernismo.
Es que por esa época Borges sobreactuaba dos tendencias: ser moderno y ser argentino. Fue como darse una vacuna o tomar envión: con el paso de los años se convirtió en un clásico y en un cosmopolita, en un escritor atemporal, casi anacrónico, y en un antinacionalista. Tan fue así que en 1982, durante la guerra de las Malvinas, fue uno de los pocos que alzó su voz de queja contra la barbarie bélica, reivindicó a los ingleses y hasta escribió un poema en los diarios contra el burdo nacionalismo.
Es que Borges entendió que solo debe sobreactuar el inseguro y él no lo necesitaba. Tan argentino era que sus antepasados estaban enterrados en la Argentina, habían sido héroes en las guerras de la Independencia y muchas de las calles de Buenos Aires llevaban los nombres de sus familiares: Laprida, Soler, Suárez.
Y tan contemporánea era su literatura que no precisaba alardear. Así, en los siguientes 20 años, entre 1930 y 1950, produce tal vez lo mejor de su literatura: los memorables cuentos de El Aleph y Ficciones . En ellos renovó de modo radical el idioma español, otorgándole una fluida y seca belleza. Y también los textos de Otras inquisiciones : a propósito, en este último libro incluyó el relato El idioma analítico de John Wilkins , que fascinó y en algún sentido fue la gran inspiración del filósofo más influyente de la segunda mitad del siglo XX, Michel Foucault.
Fueron los años en los que trabajó como empleado en una pequeña biblioteca municipal, la Miguel Cané, a la que llegaba diariamente mediante un viaje en tranvía durante cuyo transcurso solía leer La Divina Comedia. Cualquiera que llegue a Buenos Aires (Argentina) puede ir a visitar la mínima oficinita donde trabajaba Borges y comprenderá que, lejos de ser un puesto importante, era simplemente una forma de ganarse la vida. Con la llegada de Perón, en 1946, Borges es trasladado de puesto en su condición de empleado municipal al cargo de inspector de gallinas.
Lo aparente
Adquiere por esos años dos cualidades aparentes que lo acompañarían durante su vida: cierta fama de escritor difícil, hermético, y cierto halo de antiperonista y derechista. Del otro lado había escritores más populares, más vitalistas, como Roberto Arlt, Ernesto Sábato o Julio Cortázar.
Por esa época, Borges tiende a escindir literatura y vida: contra la idea del escritor comprometido con la actualidad, la idea del intelectual que entra en el cuerpo a cuerpo y se involucra con las experiencias impuras, Borges erige la idea de una literatura confinada a problemas filosóficos, abstracciones o duelos verbales. Sien embargo, era solo una apariencia: los grandes problemas de su época y su lugar estaban más que presentes, aunque cifrados, en esa literatura.
En 1955, con la caída del peronismo, el gobierno de facto le ofrece que elija un cargo: Borges, tímido, discreto, comenta entre sus amigos que pediría la dirección de la biblioteca Miguel Cané, y Victoria Ocampo (directora, dueña y factótum de la famosa revista Sur , de la que Borges era colaborador conspicuo, y cuñada de Adolfo Bioy Casares), que había hecho lobby por Borges ante el ministro de Educación, lo reprende y lo obliga a pedir una dirección verdaderamente importante: la de la Biblioteca Nacional. Es así que asume ese cargo, pero justo por esa época se queda ciego, lo que lo lleva a escribir El poema de los dones ( Nadie rebaje a lágrima o reproche/Esta declaración de la maestría/De Dios, que con magnífica ironía/me dio a la vez los libros y la noche ).
Y fue justamente ese poema el que le dedicó a María Esther Vázquez, muchacha que trabajaba en la biblioteca y de la que se enamoró perdidamente, con la que hizo un viaje por Europa, que terminaría dándole una decepción amorosa al casarse con Horacio Armani, poeta no muy importante, y que terminaría escribiendo una de las mejores biografías, Esplendor y derrota . Así, a los 56 años y ya ciego, Borges empieza a vivir una vida acomodada y empieza a disfrutar la fama.
Oráculo
En los 31 años que median entre 1955 y 1986, en que muere, Borges se convierte en un monumento, una potente molécula de significados, un oráculo, una figura homérica. Poca gente leía a Borges pero todos alguna vez lo habían escuchado. Su imagen se multiplica en notas en los diarios, conferencias y entrevistas radiales y televisivas. Viaja por todo el mundo y se convierte prácticamente en un rock-star . Sus opiniones siempre disruptivas y originales forman parte de ese dispositivo.
Su imagen de escritor ciego, manipulando dificultosamente el bastón de madera repujada, pero sobre todo su voz vacilante y apurada, forman también parte de la esfinge planetaria que se expande como una mancha de aceite: la marca Borges. E, incluso, el hecho de que todos los años fuera infructuosamente postulado para el Premio Nobel y nunca se lo dieran, llegando él a decir con sorna que esa era una tradición o una superstición escandinava, integra esa iconografía borgeana.
Es esa voz la que produce una nueva torsión en la biografía: con la ceguera, Borges comienza a dictar sus textos. Y el advenimiento del dictado lo hace caer decididamente en una literatura fonética. Vuelve a la poesía, con El otro, el mismo . No a cualquier poesía sino a una poesía métrica, que es fácil de recordar. Vuelve también a las fábulas breves, con El hacedor . Y vuelve a los cuentos más directos, con El informe de Brodie .
En 1973, con la vuelta de Perón a la Argentina y al poder, debió dejar su cargo en la Biblioteca Nacional, pidiendo la jubilación. Durante los últimos años de su vida tuvo algunas actitudes que muchos le han reprochado: haberse reunido a almorzar con el dictador Videla o haber condecorado a Pinochet. En ambos casos lo movían sentimientos menores pero entendibles: como el odio al peronismo y al comunismo, respectivamente.
Esto no quiere decir que fuera insensible a los desquicios de las dictaduras de derecha, como lo prueban el hecho de que él mismo recibiría en su casa de la calle Maipú a las Madres de Plaza de Mayo, cuando nadie las escuchaba y hasta era peligroso reunirse con ellas, o como cuando en 1982 se opuso férreamente a la aventura del dictador Galtieri en la guerra de las Malvinas.
Esa última década, en que Borges ya era un mito planetario, estuvo signada por la muerte de la madre a los 99 años, por grandes premios y doctorados, infinitos viajes y la irrupción de María Kodama en la vida del escritor. Una vorágine sinfín de homenajes que lo convierte casi en una industria.
Finalmente, a fines de 1985, ya enfermo de cáncer, partió hacia Ginebra, donde moriría unos meses después, en junio de 1986.
Cine gratuito
Este domingo 22 de octubre , a las 4 p. m., el Centro de Cine y la Embajada de Argentina presentan el documental Borges por millones , seguido de un conversatorio con el académico Marcelo Gioffré en las instalaciones del Centro de Cine, detrás de Instituto Nacional de Seguros, en San José. La entrada es gratuita.