Realmente, hay un cambio en el paisaje urbano que tiene dos componentes: uno emocional, y uno más perceptual. Este último desdibuja los volúmenes y las particularidades de la arquitectura se van borrando. Además, se establece una barrera muy fuerte entre un adentro y un afuera. Prácticamente, no hay una transición y, por lo tanto, se pierde vinculación. Esto se relaciona con la parte más emocional, dado que es justo la sensación de encerramiento. La gente está encerrada. Y eso implica que, además, no se siente parte de la ciudad. Esto es lo más preocupante.
Los elementos de seguridad tienden a homogeneizar la ciudad; desde el punto de vista paisajístico, el color puede darle mayor diversidad. Este fenómeno se presenta en toda la ciudad: barrios ricos y barrios pobres, zonas comerciales y residenciales, lo cual demuestra, una vez más, que es una solución posarquitectura, normalmente no integrada en el diseño.
La arquitectura difícilmente incorpora vallas, barreras o rejas. El arquitecto sigue haciendo casas o construcciones, pero no hace ese cerramiento incorporado, salvo en algunos casos. Es decir, sí hay una respuesta arquitectónica, pero no siempre se da. Para mí el gran reto que debe asumir la arquitectura es brindar seguridad, manteniendo la transición entre espacio abierto y cerrado.