Polonia, el cine y la memoria
Con la muerte del realizador cinematográfico Andrzej Wajda, se va una parte fundamental de la historia del último medio siglo de Polonia; pero, además, un fragmento muy significativo del gran cine que se hizo en Europa del Este durante la segunda mitad del siglo XX.
A diferencia de otros dos célebres coterráneos suyos –Roman Polanski y Krzysztof Kieslowski–, que desarrollaron buena parte de su carrera cinematográfica fuera de su tierra natal, Wajda quiso mantenerse en Polonia rodando el polémico cine que deseaba hacer, a pesar de todas las censuras y dilemas que afrontó al autoimponerse ese desafío. Como él mismo reconocía, no podía hacer cine fuera del contexto polaco, de su historia y su presente, de su cultura y sus tradiciones, de sus controversias y traumas.
Tal vez esa mezcla de memoria y presente, vida y política, estuvo marcada desde la infancia misma de Wajda, cuando su padre –un oficial del ejército polaco– fue uno de los 22. 000 ejecutados por el ejército estalinista en la primavera de 1940, luego de que Hitler y Stalin invadieran Polonia en setiembre de 1939, cuando prácticamente comenzó la Segunda Guerra Mundial. Ese genocidio fue llevado a imágenes hace pocos años por Wadja, en su premiado filme Katyn (2007), una de sus últimas obras.
La obsesión de Wajda con el trauma de la presencia polaca en la Segunda Guerra Mundial y la posterior inclusión forzada del país en la órbita soviética, desde mediados de la década de los años 40 y hasta finales de los 80, quedó reflejado en varios filmes esenciales de ese realizador: desde Kanal (1957), Cenizas y diamantes (1958) o Paisaje después de la batalla (1970), hasta Korczak (1990) o la reciente Katyn .
No fue casual esa obsesión, pues él mismo, cuando adolescente, tuvo que combatir como soldado en esa guerra. No obstante, la forma en que Wajda siempre abordó esos conflictos no fue desde la conmiseración o el victimismo, sino intentando percibir las paradojas y debilidades de las actuaciones humanas en esos contextos de crisis y conflictos.
Un cineasta político y crítico
Esas mismas contradicciones son las que explora el cineasta, bajo su riesgo, en el convulso panorama de la posguerra polaca, donde las tensiones entre autoritarismo político y creación cinematográfica fueron permanentes. Wajda, que primero se formó como artista visual y luego como cineasta en la famosa escuela de Lodz, encaró el reto de sortear la censura política con imágenes e historias. Aunque refiriéndose explícitamente a la realidad polaca del momento de forma muy crítica lo hacía desde una posición siempre tan llena de matices y complejidades, que los mismos censores no podían impedir que salieran a la luz sus filmes.
De ese modo fue como logró realizar películas experimentales como Todo para vender (1968) y lúdicas como La caza de las moscas (1969), hasta otras más directamente confrontativas como El hombre de mármol (1977), Sin anestesia (1979) o El hombre de hierro (1981), que ganaron múltiples premios en festivales internacionales.
En el convulso panorama que rodeó a Polonia durante 1980, con la presión política soviética, las tensiones en torno al sindicato Solidaridad y Lech Walesa, la productora de Wajda fue prácticamente sacada de circulación y censurada.
Esto lo obligó a realizar en Francia su muy reconocido Danton (1983), potente metáfora sobre los paradójicos vínculos entre emancipación social, autoritarismo político y libertad individual en las revoluciones modernas, que, de cierta manera, habían atravesado buena parte de su filmografía política.
Recreaciones históricas y figuras femeninas, literatura, teatro
Sin embargo, Wajda también abordó otros temas, desde esa misma profundidad en la aproximación histórica y contextual, mezclada con una delicada exploración en la psicología humana y sus contradicciones. Así, Los abedules (1970) y Los señoritas de Wilko (1979), hasta recientes como El junco (2009), abordan el tema de la mujer y sus formas de liberación, tanto social y cultural como corporal y mental.
Wajda demostró, además, su interés y capacidad de interlocución con el teatro y la literatura, al adaptar de manera desenfadada a clásicos como Shakespeare ( Lady Macbeth en Siberia , 1961) o Dostoyevski ( Los endemoniados , 1988), al Mijail Bulgakov de El maestro y Margarita ( Pilatos y los demás , 1971) y también importantes escritores polacos como Jerzy Andrzejewski y Jaroslaw Iwaszkiewicz.
Cine y artes: el final de una época
La figura de Andrzej Wajda, por el volumen y profundidad de su obra, puede ser comparada con la de grandes cineastas del siglo XX como Bergman o Fellini.
Tiene una inmensa obra moldeada desde lo siempre maleable, flexible, que va de lo histórico a lo actual, de lo político a lo cultural, de lo social a lo humano, de lo corporal a lo psicológico, de lo racional a lo inexplicable.
Es simbólico, entonces, que el último proyecto cinematográfico de este realizador se titule Powidoki ( Afterimage , 2016), dedicado a un pintor polaco de las vanguardias del siglo XX, Wladyslaw Strzeminski, que renovó el ámbito de las artes visuales en su país, quien también fue censurado y rechazado en su época.
Es como si Wajda hubiera querido, con este su último trabajo en imágenes, que nuestra retina y cerebro, hoy tan acostumbrados a lo efímero, lo inmediato, lo literal, lo superficial, lo desechable, intentarán al menos por unos momentos, concentrarse y redescubrir lo que se esconde detrás de esas infinitas imágenes de esos cineastas-artistas que no volverán, pero que nos seguirán acompañando.