Algunos se asoman desde las esquinas y otros retozan en fusiones eróticas imposibles. Un par se desvanece al borde de la sala; otro parece cosido a la pared para siempre. Con la exposición Yo nunca , de Andrés Gudiño, la Sala 1.1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo se sobrepobló de personajes fascinantes.
Todos se acomodan a placer. Ese júbilo en estar allí también es monstruoso. Como en el juego “yo nunca”, en el que a cada jugador le toca decir algún pecadillo cometido y negarlo simultáneamente, so pena de beber un trago, los personajes de Gudiño ven para otro lado mientras gozan: del cuello para abajo, nunca nadie ve nada.
Gudiño piensa en “el sentimiento de culpa que este país, con su sociedad, cultura y religión, nos impone en cuanto al placer y la sexualidad en sí”. “Desde pequeños nos indican qué está mal, qué no podemos tocar, qué no podemos sentir y qué no podemos pensar”, considera el artista, quien creó estas piezas para la sala.
“En ese momento que nos dejamos ir, somos completamente animales, nos dejamos llevar por el instinto, podemos sentir placer y satisfacción, e inmediatamente cuando se acaba sentimos culpa, resentimiento, negación, incomodidad. Así veo yo la sexualidad, como algo que está dentro de mí, que resulta familiar, resulta agradable, pero después se vuelve incómodo, algo retorcido”, explica Gudiño.
Secretos. “Trataba de buscar la ambigüedad: no sabemos si lo están disfrutando o no, si se están viendo entre ellos, si nos están viendo a nosotros . Es un juego de miradas y acciones de los personajes, pero en muchos no hay relación con lo que está pasando a su alrededor ni con su mismo cuerpo ”, detalla.
Las figuras rompen el marco, se derraman sobre las paredes blancas y se combinan . Se desbordan, se cubren unas a otras como capas (este proceso de apropiarse de la sala fue, para Gudiño, liberador y retador).
El contraste entre el bordado, un arte de la precisión y la delicadeza, y el trazo fuerte y sucio de Gudiño cargan de fuerza casi erótica estas piezas : verlas es sentirse asaltado por ellas, a la vez que enternecido, estimulado .
Técnica y concepto se unen así: “Trato de que el trazo sea fuerte y libre, y a la vez, que sea un poco invasivo. Es sucio, fuerte, sin pensar, libre. En cuanto al bordado, tiene toda la connotación de ser limpio, duro, definido”.
En las expresiones grotescas de los personajes se disimula el inocente origen de sus rostros, en fotos familiares. “Ese choque se relaciona con los personajes, el sí y no, la contradicción. (Socialmente), tengo que ser brusco, pero a la vez reservado, tengo que ser fuerte, pero también recatado… Ese es el conflicto interno de los personajes, en cuanto a su sexualidad y su propia construcción de género”, dice Gudiño.
Siguiendo esas líneas invisibles, el espectador se siente rodeado de ellos. Se convierte, quizás, en un animal más, retozando de placer en un espacio público. De inmediato, siente vergüenza.
Yo nunca se exhibe en el MADC, en el Centro Nacional de Cultura (San José). Abre de martes a sábado, de 9:30 a. m. a 5 p. m. La entrada vale ¢1000, ¢500 para estudiantes con carné.