Esta obra se titula Espera y mide poco menos que un metro de largo por medio de alto. La hice en el 2005 y es parte de una serie que llamé Rosado porque en todos los fondos de la serie empleé el mismo color.
Aquel es un rosado interesante; no es puro: tiene notas ahumadas. Lejos de la connotación que se le adjudica popular o comercialmente, este rosado me recuerda el color de la carne o de algo descompuesto, añejo. La técnica es una mezcla de dibujo al grafito y acrílico. Uso los dedos para difuminar y darle mayor realismo al dibujo.
En el proceso de creación ya tenía la idea muy clara de lo que quería hacer. Realicé varios bocetos preparatorios para ver cuál se apegaba a aquella idea. Al contrario de otros trabajos míos, este no sufrió muchos cambios a la hora de ejecutarlo.
Mis obras van mutando pues algo no me gusta cuando ya está terminado, o porque encuentro otra manera de representar lo que quiero decir. En ciertos casos hago varias versiones finales.
Me gusta la figura humana; en toda mi obra es el centro, el Leitmotiv. La figura humana es muy expresiva, y dibujarla siempre es un reto y un placer: me intriga, me obsesiona, nunca se queda quieta... Aunque trate de buscar otro elemento central en mi trabajo, todo me lleva a la figura humana.
Mi estilo ha ido cambiando y depurándose a medida que encuentro nuevos elementos que agregar a las obras.
Por lo general me quedo con una sola paleta de color que domina la serie; en este caso es rosado, pero la serie anterior era roja. No me gusta complicarme con el color; no surge al azar: tiene su motivo. En la serie “rosada”, el color me evoca lo melancólico, lo visceral, lo abandonado. La anterior serie, “roja”, evocaba lo violento.
En Espera intenté representar un hombre sentado en un mueble muy anguloso e incómodo. Su posición es de espera, y su rostro refleja cierto tedio o melancolía. Quise representar así un sentimiento del ser humano moderno: la depresión, mal del siglo XX. El hombre está pasivo esperando algo que posiblemente nunca llegue; observa y no actúa.
La obra tiene algo terapéutico para mí; fue catártica, una forma de tratar lo que sentía en aquel momento. Por esto invertí una noche en hacerla: quería tener el sentimiento lo más fresco posible.
Mis influencias directas son creadores como Schiele, Klimt y Beardsley, simbolistas y dibujantes por excelencia. También me han influido pintores prerrafaelitas, como J. E. Millais y J. W. Waterhouse. Sus obras de corte mitológico muestran que estaban obsesionados con la figura humana en sus múltiples facetas y representaciones; además, les interesaban la psiquis y las obsesiones del ser “moderno” de cada época.