Con sirope de chicle, de coco, de uva. Con masmelos, chocolate líquido, caramelo, helados, frutas. ¿Con todo o tradicional? “Solo con leche condensada y pinito”.
En algún momento de la historia, el copo se transformó en un monumento casi imposible de comer: ahora es doble, es decir tiene una montaña extra de hielo que se desborda con la primera cucharada, y el sirope rojo ya no está tan de moda.
Pero sin importar cuánta modificación tenga, el copo sigue siendo una parte esencial de la salida familiar del domingo.
El Festival Siropeando, que se realizó el domingo 10 en el barrio chino, en San José, reunió a 18 coperos que tomaron benefició de esta tradición.
“Hacer copos, en mi caso, es algo común. Mis abuelos fueron coperos, mis papás también, y ahora yo vendo en La Sabana”, comentó Daniela Murillo, de 22 años.
Pero además del hielo y las leches, habían otras actividades en el bulevar.
Hacía el final se realizaban competencias con bicicletas en las que los competidores debían brincar de una rampa a otra, cada vez con una distancia más grande. Para poder llegar al otro lado, el cuerpo debía hacer movimientos extraños, que obligaban al torso a estirarse y a contraerse por microsegundos mientras estaban suspendidos en el aire.
Pero de vuelta a los copos, cada carrito estuvo siempre rodeado de al menos 10 personas que hacían fila bajo el sol de un domingo a las 11 a. m.
“Mi mamá hace copos desde hace como dos años”, dijo Shayra Riquette, hija de Marianela Almaza.
“Caminamos desde Desamparados con el carrito y duramos como una hora y media”, añadió Riquette.
Marianela comentó que empezó a vender copos por la falta de empleo, ya que su otro trabajo, hacer pan, no era sostenible para la familia.
Para darle fin a la actividad, la mascarada y cimarrona Alma Tica, de Aserrí acaparó el barrio, para poner a todos a bailar, ya fuera por la alegría compartida o la alta dosis de dulzura.