31/10/2013. Red Ambiental de Movilidad Urbana organizó la llamada bici mascarada, actividad que reunió a una ran cantidad de ciclistas enmascarados quienes recorrieron parte del cantón de San Pedro. en la fotografía: ./Pablo Montiel
Puede ser que el centro de San José esté repleto de personajes curiosos, pero no sucede todos los días que un diminuto diablo brinque y baile en plena Avenida Central.
Ayer, para celebrar el Día Nacional de la Mascarada Tradicional, se celebró un fiestón callejero en el centro de San José y en otra ciudades amantes de los espantos, como Fátima de Desamparados, Cartago y Santa Cruz de Guanacaste.
La fiesta empezó, a las 9 a. m., en el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Popular. Allí, creaciones de los 25 artesanos participaron en el certamen Nuestras Artesanías Tradicionales. Diablos, monos, gigantas, brujas y personajes populares se reunieron con todas sus telas de patrones coloridos, grotescos gestos y brillantes decoraciones.
En el acto se reconoció el aporte de los mascareros como portadores de un legado invaluable con cerca de un siglo de historia. El homenaje póstumo a Guillermo Martínez, Premio Nacional de Cultura Popular del 2008, se acompañó con la música que merecía: las trompetas y tambores que hacen bailar a cualquier mascarada.
Rigoberto Ramírez, de Cachí, hace máscaras desde hace 45 años. “Tenía nueve o diez años cuando don Rubén Alcázar, mi padrastro, me dijo cómo se hacían”, comentó. Sus creaciones son de barro y de papel. Aunque su predecesor solo hizo cuatro máscaras, ahora tanto Ramírez como su hijo dedican largas horas a la creación de estas artesanías.
Por su parte, Mayra Bastos es una mascarera de Cañas, quien crea, en solitario, desde los seis años. Su bruja y sus “indios” los hace con materiales como barro, papel periódico, sebo de vaca y papel de construcción.
Por la calle. 11:30 a. m. en la Avenida Central: redoble de tambores, salto de diablillos y un público creciente, atraído por la repentina aparición de coloridas máscaras en medio de la calle. Con la tradicional fogosidad musical, la mascarada llevó a sus seguidores hasta la Plaza de la Cultura.
Poco faltó para que varias mujeres se acercasen a los enmascarados para enseñarles cómo bailar. Turistas desprevenidos corrieron para fotografiar el colorido espectáculo, mientras un toro correteaba a los que formaban un círculo en torno a los músicos. Entre las figuras de gigantas y pelonas, varios de los artesanos ganadores bailaban con esa cadencia graciosa que corresponde a la mascarada.
“Tengo 43 años de hacer máscaras y no he aprendido”, dice Rafael Ángel Corrales, Kalimán, de Aserrí. “Ahora estoy haciendo una segua, pero una segua como en realidad la vi yo en espíritu; si yo merezco hacerla, sería un gran logro”, dice.
Uno de los diablitos era Keyshmal Rugama, de cuatro años, celoso custodio de su terrorífica máscara con cachos hecha en Barva. Eso fue lo que rogó a su abuelo como regalo de cumpleaños.