Lähtö es una historia sin palabras sobre lo que no puede decirse: lo que une y desune a una pareja. El grupo finlandés WHS deslumbró, a teatro lleno, con esta mezcla de ilusionismo, teatro visual y circo.
La creación más reciente de la agrupación se presentó el martes y el miércoles – en dos funciones– en el Teatro Nacional. Fue una de las obras más esperadas del FIA, con casi todos los boletos vendidos rápidamente.
Lähtö significa La partida . Es un juego de distancias y cercanías que desarrollan Kalle Nio y Vera Selene Tegelman, coreógrafos e intérpretes del espectáculo. Para ellos, es una proeza física y una prueba de gran aliento.
Al inicio, se encuentran frente a frente en una mesa. Se sirven vino, beben; ella se acerca a la ventana, descorre la cortina y contempla el mar embravecido. Él se aproxima; ella se sienta de nuevo. Tres veces repiten la acción.
Los conocemos como figuras acostumbradas a la rutina, fijas en movimientos repetitivos que se rompen poco a poco conforme el mar agitado se filtra entre ellos.
La historia de su relación surge como pequeños asomos de encuentros perdidos en las olas. Lähtö se compone de varias escenas que se arman y desarman desde los mismos cuerpos de sus intérpretes.
Ellos, ágilmente, montan y desmontan telones, sillas y fondos conforme van explorando distintos estados emocionales de su tormentosa interacción.
Visiones. Entre las escenas más destacadas del espectáculo estuvo la lucha por mantenerse firmes de Nio y Tegelman sobre una mesa, tras una cortina de persistente lluvia.
La forma en la que se mezclaron proyecciones con acciones en escena fue fluida y estimulante. Incorporan escenas casi cinematográficas que recalcan el contacto y la proximidad de la pareja, con detalles de su piel y sus cuerpos.
En esta pieza, no se narra nada a través del diálogo, sino por medio del movimiento. Los ambientes de vívido realismo se consiguen a través de una iluminación que, cuidadosamente, esconde los mecanismos de los que depende toda ilusión: el truco queda oculto siempre, como corresponde a la magia.
En una escena crucial, la pareja está, de nuevo, frente a frente en una mesa, la del principio. El mantel empieza a derretirse. Su ropa empieza a deshacerse y a caer al suelo. Se tocan; se acercan; se hacen daño; se confunden uno con el otro. Justo después, todo estalla.
Ese quiebre es el de un cubo de espejos que permite algunas de las ilusiones más sorprendentes de la obra. Sus figuras se multiplican, y los actores reales abrazan y dejan caer a las imágenes reflejadas.
Como en toda relación de pareja, no hay comienzo ni final. Todo esfuerzo por entender es inútil: simplemente se siente y se deja de sentir. Lähtö logró, así, mantener al teatro en trance.