Deslucido. El piano desafinado y la reverberación desmerecieron el recital.
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Consideré que el desempeño técnico y musical de la pianista japonesa Michiko Morikawa se ubicó muy por debajo del estándar establecido, en la mayoría de las ediciones del Festival de Música Credomatic, por el nivel elevado de los pianistas y, en general, de los solistas y grupos participantes.
Pese a que las entradas se agotaron para el recital brindado por la señora Morikawa, el miércoles 15, en el foyer del Teatro Nacional (TN), el aguacero torrencial de esa noche desalentó la asistencia y unos 50 escuchas ocuparon solo la mitad de la capacidad del recinto.
Obras distinguidas de célebres compositores europeos, activos en la primera mitad del siglo XIX, figuraron en la parte inicial de la presentación, y la segunda parte se dedicó a una selección de piezas cortas de connotados músicos iberoamericanos.
Europeos. La ausencia de colores en el sonido y las limitaciones técnicas e interpretativas de la pianista se evidenciaron desde el comienzo con la versión indistinta que ofreció de la Fantasía-Impromptu, en do sostenido menor, opus póstumo 66 (1835), del franco-polonés Frédéric Chopin (1810-1849).
Las carencias mencionadas me parecieron aún más notorias en la ejecución superficial, deficiente en porte y gravedad, de las Variations sérieuses, en re menor, opus 54 (1841), del alemán Felix Mendelssohn-Bartholdy (1809-1847).
Algo más lograda, aunque apenas aceptable, se oyó su desteñida versión de la Sonata N° 14, en do sostenido menor, opus 27, N° 2 (1801), del alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827), la siempre popular Claro de luna.
Americanos. Después del intermedio, la ausencia de pulsos rítmicos y matices sonoros en las interpretaciones de la señora Morikawa rebajaron el interés de las tres piezas del notable compositor cubano Ernesto Lecuona (1896-1963): La conga de media noche, La comparsa y Danza de los ñáñigos; en particular, el vacío rítmico-sensual en la ejecución de La comparsa la volvió casi irreconocible.
Para el resto de la función, la señora Morikawa empleó partituras y me extrañó que no haya memorizado el corto programa, pero sí noté una leve mejoría de su rendimiento pianístico en Toque (1993), pieza disonante del cubano Alfredo Díez Nieto (n. 1918).
De seguido, las armonías seductoras y melodías hermosas de las Impressões Seresteiras (1937), del renombrado compositor brasileño Heitor Villa-Lobos (1887-1959), se oyeron deslucidas, aunque el rendimiento de la pianista acusó un repunte con Malgré tout, composición para la mano izquierda del mexicano Manuel María Ponce (1882-1948), y, al final, con el movido Joropo, del venezolano Moisés Moleiro (1904-1979).
No me interesó permanecer para las propinas, pero, mientras me alejaba, escuché las conocidas notas de la Danza andaluza, de Enrique Granados.
Observaciones. El piano Steinway se oyó desafinado. Asimismo, me pareció que el foyer del TN ya no reúne las condiciones apropiadas para recitales de piano, debido a la reverberación excesiva y aminorada calidad acústica producidas por la colocación inconveniente del instrumento y el público ordenada por las autoridades de Patrimonio Histórico, con solo la sección central disponible para las presentaciones musicales.
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