Es viernes por la mañana y el calor no perdona. El Toyota Camry modelo 92 de la tibaseña Jeannette Vega ya está listo para un día más: una nueva jornada para acumular kilómetros, quemar llantas y ser el sustento de la familia.
Como cualquier otro día, el trabajo llama, aunque el de Vega nada tiene que ver con uno convencional.
Cuando Jeannette quedó embarazada de su único hijo (actualmente de siete años) tuvo que renunciar a su trabajo en una empresa de mantenimiento industrial por el riesgo que significaba estar rodeada de vapores y cuartos de calderas.
A pesar de haber sido siempre muy activa, reinsertarse en el mercado laboral no le fue fácil. Fue así como en setiembre del año pasado decidió emprender una pequeña empresa que le toma hoy tiempo completo y le regala pura satisfacción: un medio de transporte para mascotas.
“Yo tengo perros desde hace 17 años”, cuenta la fundadora y dueña de Taxi Mascotas CR. “Lo mínimo que he tenido son dos. He llegado a tener seis simultáneamente. Hace como dos años murieron mis primeros dos perritos. Uno de mis zaguates usa silla de ruedas”.
Al verse desempleada y no contar con los recursos para mantener su otro carro, puso a dormir su Mitsubishi Eclipse en el garaje de su casa a la espera de sanación.
“Yo decía: ‘qué bonito ir a la playa con los perros pero ahorita no puedo, no puedo arreglar el carro’. Cuando adopté a Jordy –uno de sus zaguates–, un padrino le estaba pagando la terapia de electroacupuntura para ver si recuperaba la movilidad de las patitas de atrás”, cuenta. “Ir de mi casa al centro de Tibás me salía en ¢1.500 colones en taxi, pero siempre era un puro pleito. El perrito iba en pañales y siempre lo andaba peloncito. Les decía: ‘no le va a soltar pelos porque ni pelos tiene, anda en pañales así que no se va a hacer ninguna gracia. Es una distancia muy corta como para que él se vomite’, pero aún así yo sufría horrores para llevarlo a la terapia que era dos veces por semana”.
Tras esa esa experiencia, la de la vez que casi muere uno de sus perros envenenado y su deseo de ir a pasear con ellos se convenció de que el día que tuviera un carro funcionando iba a andar jalando perros para todo lado.
Con ahorros y la benévola oferta de un amigo suyo consiguió el carro que la mueve hoy: uno acaparado por la presencia de animales. Cuando uno de sus carros está en el taller, usa el otro.
Cabras, perros, gatos y chanchos han sido transportados en este taxi durante los siete meses que ha ofrecido servicios y en los que ha disparado su éxito. Las páginas de Facebook de mascotas en Costa Rica han sido su catapulta.
Clientes tiene de todo tipo: desde rescatistas que necesitan mover animales rápidamente y con recursos limitados hasta la cliente que llevó a su perro al veterinario mientras el Maserati de su novio las iba siguiendo. Le salía más barato a su pareja pagar este transporte que mandar a lavar el carro y dejarlo libre de pelos de perro.
El día de la Negra
Saliendo de Tibás nos ponemos en camino. Hoy recogeremos a la Negra de San Sebastián. Su casa es el taller Superservicio y sus dueños los técnicos del lugar.
Negra tiene seis años y no puede caminar. Sus ojos no dejan de curiosear durante todo el camino sin tener idea hacia dónde va y su animada carita da fe de que el accidente que casi la mata no consiguió arrebatarle su entusiasmo.
“A ella cachorrita la atropellaron ahí al frente”, cuenta Ronald Delgado, técnico en llantas y lubricador del taller. “Cuando la atropellaron se fue a meter ahí entre las llantas. Estuvo como dos días y no dejaba que nadie la tocara. Ya cuando ella se quedó aquí todo mundo le empezó a tomar cariño. Nosotros la poníamos a correr aquí y esa era la felicidad de ella. Uno le tiraba cualquier cosa y ella lo traía. Una vez la vestimos de reno, porque habíamos hecho un trineo enorme y era algo muy bonito”.
“Ella nos topaba en la entrada”, recuerda. “El gerente de antes iba entrando con el carro y no la vio. Le pasó con una Cherokee por encima. El guarda le gritó: ‘¡Suave que majó a la perra!’ Y volvió a echar para atrás y la remató. Ya eso fue grande. Ese accidente puede tener unos dos años y medio”.
Negra no murió, pero sus patas de atrás se llevaron el golpe. Piezas de un coche de bebé fueron su primera silla de ruedas. La segunda está ya muy deteriorada.
Anny Hidalgo, es quien la acompaña hoy a su cita para la donación de una silla de ruedas nueva que le permitirá moverse con facilidad. “Una compañera del trabajo me recoge aquí al frente todas las mañanas. Ahí fue cuando conocí al guarda y a ella. Cuando me enseñaron la silla de ruedas que tenía casi se me para la peluca”, dice. “La verdad soy voluntaria. Como que pueda tener más animales no puedo, pero sí intento como fines de semana hacer cosas así en lo poquito que pueda hacer, aunque sea un granito de arena”.
A Ronald le molesta que la gente hable sin saber. Como el señor que publicó una foto de Negra en Facebook insinuando que en el taller la maltrataban o la señora le reclamó por no dormirla al estar en la condición la que se encontraba.
“‘¿Cómo van a tener ese perro así’, me dijo. Yo le contesté: ‘¿pero por qué la voy a dormir? Ella no le está haciendo daño a nadie’. Me dijo que en esas condiciones no podía estar, pero yo lo veo como una persona. Le dije: ‘Si a usted se le enferma la mamá o alguien, ¿usted la va a dormir porque quede inválida? Nada que ver. Ella está ahí de lo más bien. Aquí todos la chinean’”.
La cita de Negra es en Guadalupe, donde la fabricadora de sillas de ruedas para animales, Andrea Siliézar, tomará sus medidas para realizar su magia.
El lente de nuestro fotógrafo dispara mientras la perra se asoma por la ventana. Va tranquila. Huele, se acurruca y confía en quienes la llevan.
Idea brillante
Jeannette pretende llenar una necesidad de muchos al dar tranquilidad a quienes no tengan los medios para llevar a sus mascotas de paseo o a citas con el veterinario. También atiende emergencias cuando puede.
Uno de sus principales retos, asegura, es el nombre de su empresa. No puede competir con los precios de Uber o de taxis rojos, ya que solo ella mantiene el negocio.
“Tengo que desplazarme al lugar donde está el perro cliente y tengo que cobrar el costo para llegar al lugar. A partir de ahí ya empieza a cobrar la tarifa, eso depende de la distancia y más que todo, de la hora”, asegura. “Si el perrito viaja acompañado tiene una tarifa. Si viaja solo tiene que alquilar el equipo de seguridad, ya sea el kennel (jaula) o los collares tipo cinturón de seguridad”.
La transformación de su carro para hacer caber todo tipo de artefactos para sus peludos clientes es como jugar tetriss . Su hijo de vez en cuando la acompaña y el negocio cada vez crece más.
“La gente siempre es como muy nerviosa”, expresa. “Te dicen: ‘vea, yo no sé si mi perrito se va a hacer caca o se va a marear’, o ‘es que se pone nervioso y se orina’. Yo siempre les digo: ‘en los precios ya todo eso va incluido. Todo va forrado, yo ando forros de repuesto atrás. Si el perrito se orina, se hace caca o es una emergencia y va con sangre yo no le voy a cobrar más. Ya todo eso va incluido’”.
Para ella todo eso es normal, por eso le gusta. Hacer sentir cómodas a las personas es su principal objetivo. “Yo soy animalera. He tenido de todo”, agrega. “Ya es pesado andar mascotas. Uno anda por la calle y la gente te hace mala cara por andarlos. Yo lo que quiero es que se sientan bien y confiados, no agregarles una mala cara más”.