Carrillo. La llegada del camión cisterna del AyA es uno los momentos más esperados para los habitantes de Altos del Roble, pequeño poblado en las montañas de Carrillo, Guanacaste.
El vehículo que envía el Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA) hace su aparición dos veces por semana para repartir 14 baldes de agua por hogar.
Con ese líquido, cada una de las 40 familias de Altos del Roble debe cocinar, lavar platos, limpiar servicios sanitarios y demás necesidades.
Por balde hay entre cinco y siete litros. Es decir, en el mejor de los casos, cada habitante vive con siete litros de agua al día. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) una persona necesita entre 50 y 100 litros diarios para sus necesidades.
Este drama ocurre en una comunidad ubicada a solo cuatro kilómetros de la vía que lleva a los lujosos hoteles de la península de Papagayo, a dos de donde se construirá el mercado mayorista de la región Chorotega y a escasos 30 km de Liberia, la capital guanacasteca.
La falta de líquido se origina en la obstrucción del pozo que abastecía a esta comunidad, tras el terremoto de Sámara, el 5 de setiembre de 2012.
Esto dejó sin el líquido a los poblados de La Cascada, en la zona baja, y a Altos del Roble, en la parte montañosa.
Al principio, y pese al taponamiento en los últimos ocho metros del pozo, aún llegaba poca agua a ciertas horas del día. Sin embargo, el AyA recomendó, en marzo, cerrar el paso del líquido hacia Altos del Roble para dejárselo a La Cascada.
Así, los pobladores de mayor altura se quedaron sin disfrutar del pozo que funcionaba desde 2005 – después de 10 años de luchas– y de la tubería para la cual zanjearon más de dos kilómetros atravesando montaña.
Margot Miranda, directora de la escuela local, y la junta administrativa buscaron ayuda. Así fue como comenzó a llegar el cisterna del AyA, tres veces por semana; luego solo lunes y viernes.
La otra exigua fuente es el ojo de agua ubicado un kilómetro arriba de la escuela.
De acuerdo con los vecinos, una médica canadiense que llegó a la zona les confirmó que es potable, el problema es que apenas es un hilo de agua y lo que cae entre las rocas no se puede tomar.
“A las piletas que se forman entre las rocas llegan a defecar los monos, además, las mujeres del pueblo llevan la ropa a lavar y el agua se contamina con jabón y muchas cosas más”, explicó Clementino Piña.
A pesar de las complicaciones, hay familias que van a recoger del hilo de agua, aunque hagan hasta cinco viajes de un kilómetro.
El impacto de la escasez se refleja incluso en las aulas de las escuela, pues difícilmente habrá un día donde lleguen completos los 41 alumnos.
Margot Miranda, directora de la escuela, dijo que todos los días hay, al menos un niño enfermo de diarrea o algún otro mal asociado. Igualmente complicado es que lleguen con el uniforme.
“Es imposible exigirle a los niños que cumplan con esos requisitos cuando como ciudadanos no reciben la cantidad de agua mínima por habitante” agregó la educadora.
Carlos Cantillo, alcalde de Carrillo, dice estar enterado del problema y asegura que trabajan para darle solución.