María Luisa Jiménez Trejos y Juan María Madrigal Madrigal han vivido casi 60 años juntos, en una casita de madera con largos corredores, en San Mateo de Alajuela.
Juan María, de 93 años, tiene Parkinson, una enfermedad cuyos síntomas se han agravado en los últimos tres años, sobre todo, el movimiento de sus brazos y piernas.
María Luisa, de 75, es quien se encarga de velar por él durante las 24 horas del día.
“Yo lo baño mientras él se sostiene de la agarradera. En mi memoria tengo apuntadas las horas de las pastillas: 6 de la mañana, 2 de la tarde y 6 de la tarde”, relata María Luisa.
Esta pareja es una de muchas que hay en el país en donde un adulto mayor cuida de otro con alguna enfermedad o discapacidad física o mental.
No se sabe cuántas pueden haber con ese perfil, pero en los servicios de geriatría de hospitales como el Calderón Guardia, en San José, se ha vuelto sumamente común escuchar historias como esta, dijo el jefe de Geriatría, Elí Chaves Segura.
Cuidados. María Luisa asegura tener una ventaja: a Juan María no le duele nada.
“Yo, hasta ahorita, estoy batallando”, dice, sentada en el corredor, mientras recibe el aire fresco con olor a lluvia de un aguacero que se resiste a caer.
“Aún no necesito ayuda”, asegura y para muestra enseña el patio bien barrido, las gallinas en su corral, comiditas, y la casa limpia por obra y gracia de ella misma.
Los tres hijos que ambos procrearon están pendientes de sus papás todo el tiempo. Les han sugerido contratar ayuda y hasta llevárselos a vivir cerca de ellos para cuidarlos mejor, pero María Luisa se sostiene y dice que ella todavía puede con todo.
“Yo limpio la casa, recojo leña, barro el patio, mato pollos... solo las ventanas y paredes pago a limpiar”, afirma con un dejo de orgullo porque pequeñita y menuda como es, aún puede con todo.
Asegura no estar cansada, aunque añora los paseos familiares a los ríos de la zona, pues no se atreve a ir sola y dejar a su Juan en casa.
Resume su secreto con en estas palabras: “Yo no pienso en qué va a pasar mañana cuando ya no pueda mover a Juan. Si llega ese momento, llegó y punto. Le doy prioridad a la tranquilidad”.
Quizá esto la diferencie a ella de muchos otros cuidadores que sí se agotan más por el ajetreo diario entre la enfermedad del pariente y la rutina casera. Otra cosa, quizá de las más importantes: “uno sin Dios, no se mueve. Yo, por todo, le doy gracias y le pido, uno a uno, por todos. Si uno no cree en Dios, está muerto”.