Atrás quedaron los años de malabares, trucos y piruetas. Ahora, lo más importante para Jorge Eduardo López es la salud de su familia, y con esa intención caminó desde Río Segundo de Alajuela hasta el altar de la Virgen de los Ángeles, en Cartago.
Entre la multitud de romeros, todos cansados y con las mejillas rosadas por el esfuerzo, no se distingue en él nada diferente, pero en realidad su vida ha sido bastante peculiar.
Llegó desde su natal Colombia a los 18 años, y consiguió trabajo en el Circo Miller: capataz, payaso, malabarista... Dice que lo hizo todo. Después trabajó construyendo escenarios, porque lo suyo es el arte o lo fue en el pasado, en realidad, pues ahora, con 65 años, le cuesta conseguir trabajo.
La comida de su hogar la gana en las labores de escenografía que consigue eventualmente, pero principalmente como taxista informal.
"A estas edades ya nadie te contrata por tu talento, sino por tu figura", aseguró, durante una parada que hizo un par de kilómetros antes de llegar a Tres Ríos.
Se quitó los zapatos, se sentó en el zacate y sacó el recipiente con arroz blanco y atún que le preparó su esposa, una de las personas para quienes le pide salud a la virgen.
También rezó por su mamá, de 85 años, quien ya ha sido operada del corazón en dos ocasiones.
López prometió hacer todas las romerías que pudiera hace cuatro años, tras recibir un regalo que para él, fue en recompensa de su fe.
Esa vez caminó preocupado, con la intención de pedir la intercesión de la virgen María, pues a su hija recién le habían diagnosticado una enfermedad en los riñones, y los médicos sospechaban que había algo más.
Cuando sonó su teléfono, justo cuando acababa de llegar a la Basílica, temió lo peor. Sin embargo, la noticia fue buena. Lo llamaba su hija, para contarle que los médicos descartaron que su vida estuviera en peligro.
"Usted no se imagina todo lo que yo lloré en ese momento, y a partir de ahí yo seguí. No voy a parar, yo voy a venir todos los años", dijo, sonriente.
En su bulto llevaba dos mudadas de ropa y un paraguas, para pasar la noche en la explanada de la Basílica.
Se terminó su almuerzo con calma y se dispuso a seguir, solo y en silencio, pues la sobrina con la que iba se adelantó y él se quedó atrás. Eso no le importó, ni tampoco la amenaza de lluvia en el cielo: para él, todo eso es secundario con tal de cumplir con su promesa.
También Lorena Calderón hizo la romería sola, y así lo disfruta, pues le da mucho tiempo para meditar.
Inició su romería en San Pedro de Montes de Oca, y al terminar de subir el cerro de Ochomogo se sintió aliviada, esperanzada en que ya casi lo lograba.
"Mi esposo me dijo que no viniera, me dijo que no iba a llegar. Yo le dije: 'Sí, sí voy a llegar y sí voy a ir'", contó.
Calderón realiza la romería cada vez que puede. Sola, pues es la única de su familia que practica la fe católica.
Durante todo el camino, su pensamiento estuvo con su hermana, quien padece una enfermedad. También rezó por sus hijas, para que permanezcan con salud.
Honrar la tradición, pese a los cambios
Como aquellos que caminan en la intimidad de su oración, hay quienes ayudan a los caminantes.
Esa es la promesa de don Francisco Fonseca, de 71 años, quien desde hace más de una década pone un tubo de agua frente a su casa, con el que los romeros pueden refrescarse a su paso por Tres Ríos.
Él solo se sienta y observa. Así lo hizo durante años en compañía de su esposa, Rosa, pues compartían el gusto por servir a los romeros.
Ahora, Fonseca cumple con la tradición pese a la ausencia de su esposa, quien falleció hace siete meses. Así lo habría querido ella.
"Es bonito, y la verdad es que la Virgen no nos gasta tanta agua", expresó.