Es viernes por la noche. Raquel entra a la secretaría de la Coalición contra el Tráfico de Migrantes y Trata de Personas para hablar con La Nación sobre su caso.
Por su condición de víctima especial, las autoridades de Migración no permiten revelar su verdadero nombre, pero sí contar su historia.
Es una mujer joven, no llega a los 40 años. No mira a los ojos, habla con la vista en el suelo.
Ella es una de las 76 víctimas de trata de personas que las autoridades han detectado en el país en los últimos dos años. Lo que sigue es un extracto de su historia.
El engaño. Apoyada en Sandra Chaves, la coordinadora de la oficina, Raquel empieza a responder despacio a nuestras preguntas.
–Cuénteme, ¿cómo llegó aquí?
–Yo iba a una iglesia evangélica en mi pueblo, en el campo (en República Dominicana) y tenía muchos problemas económicos. A la salida de la iglesia, una mujer me esperaba para conversar.
Raquel rearma el rompecabezas empujada por preguntas y describe a la mujer que cada fin de semana llegaba a hablar con ella a la salida del templo, hasta que se ganó su confianza.
“Un día me dijo que me podía conseguir trabajo en Panamá, como empleada doméstica. Me dijo que allá pagaban hasta $1.000 por mes. En mi pueblo yo no me ganaba más de $200. Pero me dijo que antes tenía que darle $3.000 para ayudarme con los gastos y la compra del tiquete”, dice.
Agrega que convenció a su madre de hipotecar su casa para conseguir la plata y le dijo que, con el dinero que se iba a ganar limpiando en Panamá, pronto iba a estar de vuelta. Le dijo que era un sacrificio temporal y una forma de ayudar a sus tres hijos.
“Yo nunca me había montado en un avión. La mujer me dijo que debía ir primero a Nicaragua, porque no había visas para Panamá”, recuerda.
No sabía que entre Nicaragua y Panamá está Costa Rica. “Eso no me lo dijeron, yo no lo sabía”, dice. Tampoco le dijeron que al llegar al aeropuerto de Managua, la mujer que la había convencido de ir a Panamá no iba a estar allí.
El secuestro. “Cuando llegué al aeropuerto de Managua había un hombre que me dijo que la mujer me estaba esperando, que tenía que irme con él y que ella me estaba esperando. Yo le creí”.
”Salimos de Managua y condujo durante horas. Hasta que llegamos a una casa. Allí me di cuenta de que las cosas no estaban bien. La mujer no estaba. Había dos hombres más, que me maltrataron y en la madrugada me sacaron a pie y me metieron por un monte para llegar a otro carro.
”Los hombres me metieron al otro carro y empezaron a conducir.Duramos mucho corriendo por la pista. La calle era de asfalto, una vía principal, era de mañana, pero las cosas se pusieron peor. Me vendaron los ojos. Recorrimos bastante, pero al mucho, mucho tiempo, llegamos a un lugar donde me quitaron la venda”.
Ella no lo sabía, pero había llegado a Costa Rica.
“Era un lugar como encerrado. Cuando llegamos adonde me iban a tener, me decían que yo tenía que hacer lo que ellos decían, y me decían: ‘Tú tienes que hacer lo que decimos nosotros porque nosotros pagamos mucho por ti’”.
El prostíbulo. Raquel evade describir a los hombres que la torturaron. Recuerda que estaban armados, que siempre había al menos tres en el lugar y, sobre todo, que la trataban “como a una basura”.
“Me tiraron varias fotos, me decían que sabían dónde vivían mis hijos, mi familia y me decían: ‘si te vas, te buscamos donde te escondas. Sabemos dónde viven tus hijos y los vamos a matar’. Y lo que querían era que me prostituyera”.
Revela la historia a pedazos. Tiene miedo de que “ellos” la busquen o a su familia y que los maten.
Del lugar solo dice recordar que era en medio de fincas, que hacía calor, que la calle para llegar allí era de lastre. Luego se anima a decir que “era como unas cabinas”, y que había “otras muchachas ahí, y ellas le decían:
“A ti como que te van a llevar a otro lado”. “Y me decían que me portara bien, para que no me golpearan tanto, para que no me estuvieran agrediendo, porque si uno no hace lo que ellos dicen...”.
–¿Cómo la agredían?
-Al principio ellos, cuando uno llega, la obligan a una a que esté con ellos, con los que trabajan allí, sexualmente. Varios días. Yo traté de quitarme la vida ahí mismo, quería cortarme, yo no quería estar allí, yo quería como morirme.
Agrega que los clientes llegaban a todas horas, se parecían a “cualquier tipo de persona”, gente común y corriente, pero que tenían plata para pagar. “Lo que yo no sé es cuánto pagaban, porque a mí me sometían a la fuerza, yo no quería”, relató.
“Yo no vine a eso y yo les decía yo no vine a eso, yo no vine a este tipo de trabajo. Y ellos te golpean, te maltratan, te dicen cosas feas, que eres una puta, que eso es lo que tú eres, que pagaron por ti. ¡Ay no, viera!
”Lloraba mucho, y me pegaban y me quemaban con cigarros, porque me resistía. Yo no comía, ellos me daban comida de aquí, pero yo lloraba mucho y solo pensaba en mis hijos y en mi mamá”.
La fuga. En el transcurso de su relato, Raquel ha llorado varias veces. Se abraza las manos. Mira al suelo. Sin embargo, para su suerte, su historia no termina allí.
–¿Cuánto tiempo pasó así?
–No sabría decirle (...). Yo como que ya, como que me resigné. Pero había un joven que me ayudó. Dios guarde se sepa quién es, aunque ya no sé qué pasó con él. Él llegaba a cuidar la puerta y empezó a hablar conmigo.
“Yo le contaba de mis hijos y me dejaba llorar. Nos hicimos como amigos, ¿usted sabe? Él me veía que lloraba mucho y yo le decía que no quería estar allí. Una vez de tanto llorar, como que él se apiadó. Y bueno, me dijo que me iba ayudar”, recordó.
Al día siguiente, al amanecer, ella comprobó que la puerta de la celda estaba abierta. Caminó a hurtadillas hasta el portón eléctrico de la finca y notó que estaba abierto. Salió y empezó a correr. Más adelante, la esperaba su aliado que la llevó a la terminal de buses de Limón y le compró un tiquete a San José. De esto hace tres años, y todavía hoy tiene miedo.