Pasadas las 4 p. m., Víctor Hugo Morales Zapata llamó a su amigo Melvin Jiménez para preguntarle cómo iba la elección. Estaba en Cajón de Pérez Zeledón y faltaba menos de una hora para cerrar las urnas. La moneda estaba en el aire entre los precandidatos del PAC Juan Carlos Mendoza y Luis Guillermo Solís.
— Decime una cosa, huevón, vos que estás coordinando, ¿cuáles mesas faltan?
— Diay, faltan los datos de Upala, Cañas, Pérez Zeledón...
— N’hombre, tranquilo, decile a Luis que esto lo ganamos.
Esta es la conversación que reconstruye el propio Morales sobre la convención interna del Partido Acción Ciudadana (PAC), el 21 de julio del 2013. Los datos daban ventaja al diputado Mendoza frente al profesor Solís, pero él apostaba a que no.
Ya sabemos que Luis Guillermo Solís se convirtió en candidato con una ventaja de solo 113 votos, oficializada después de una semana de conteo manual para revisar las boletas de 23.000 votantes, partidarios o no. No alcanzaban para llenar el estadio Saprissa, pero cada voto tenía un alto valor y Morales Zapata se cree gestor de muchos de ellos.
Esas boletas ya están destruidas por decisión del Tribunal Electoral Interno (TEI), y Morales Zapata se convirtió en diputado con curul diferenciada; es oficialista pero un conflicto con el PAC lo ha tenido al margen de la fracción en este primer año, a pesar de ser (o parecer) muy cercano en este primer año de gobierno a Luis Guillermo Solís.
Ha hecho de articulador cercano al Gobierno, de “mano izquierda” con diputados opositores y de yunta de su amigo Melvin mientras este fue ministro de la Presidencia, hasta hace pocas semanas. Ahora, un nuevo paisaje político se abre para uno de los protagonistas de la actual Asamblea Legislativa y contendor de Ottón Solís. Este es un retrato escrito del diputado que se presenta como pragmático, que ve a su partido como un instrumento y de quien sus críticos prefieren no hablar en público.
Lo entrevistamos por su cercanía con Luis Guillermo Solís y pudimos escucharle varias veces una frase significativa: “Melvin y yo”, en alusión al exjefe de campaña y entonces ministro de la Presidencia, a quien conoció cuando todavía no era luterano, sino evangélico. Ahora, destituido su socio político del Ejecutivo, las preguntas flotan en el terreno político.
Con él trabajaba aquel domingo hasta saber, a las 7 p. m., que los números le eran favorables a Luis Guillermo Solís. Estaba seguro de los datos de esos cantones rurales y alejados de San José, porque dice haberlos trabajado desde hacía 30 años, sin saberlo. “Tuvimos 362 votos en Upala, de frijoleros de México de Upala y Bijagua. Es gente de la lucha de asentamientos campesinos de las faldas del (volcán) Tenorio. Con ellos luché por las tierras hace 35 años en Upala. Ahí viví. De Cañas ya sabíamos y Pérez Zeledón ni se diga. Es como mi palma”, dijo el jueves 23 de octubre en una entrevista con este periódico, cuando todo estaba controlado.
Zapata dice que puede trabajar sin descanso. Deja ver bolsas bajo los ojos achinados, un bigote escaso y las mejillas prominentes. Le disgustan las corbatas y le gustan las camisas de colores vivos. Así se luce este operador político y así funciona en el Congreso, con la libertad que le otorga ser oficialista sin estar dentro de la fracción oficialista. Se ufana de su capacidad para hablar con gente de todas las banderas, una virtud nada despreciable para el Congreso más fragmentado en la historia del país. Para él, los partidos son solo instrumentos. El PAC es un instrumento.
“Tiendo puentes con desprendimiento y sin generar protagonismo personal. Tengo relaciones excelentes con gente de otros partidos. Les sé dar su lugar”, dijo ese jueves sentado a la mesa del despacho de Gonzalo Ramírez, el diputado evangélico que al día siguiente saldría con él y cinco legisladores más a un viaje de dos semanas por España y Francia. Entramos al despacho sin avisarle y se sienta en su mesa. (“Es bueno llevarse bien con todos”, dijo sonriendo).
Pero esa fue la segunda parte de la entrevista. Dos horas antes nos atendió en su oficina, un recinto impersonal y vacío. No había fotos de hijos, retratos de mentores ni banderas de partido alguno. No había regalos de simpatizantes y solo se veía un adorno: un cuadro con una pluma y una plaquita que dice “Partido Unidad Social Cristiana”, pero no le molesta. Los armarios y la pizarra estaban vacíos, limpios, mudos.
La vida de Morales Zapata se desarrolla en su teléfono celular y en su memoria, depósitos de contactos, de nombres, fechas y siglas de instituciones de la “economía social solidaria”, como prefiere llamar al sector cooperativo en el que hizo política por décadas y que, insiste, fue vital en julio del 2013. Su agenda de diputado en este año también giró en torno a grupos cooperativos e hizo recomendaciones para cargos políticos. Por ejemplo, en el Banco Popular, cuya directiva tiene mayoría de miembros ligados al cooperativismo.
Sur e izquierda
Aquí, en el despacho de Gonzalo Ramírez cuenta su vida este diputado de madre y padre nicaragüenses, disidentes de la dictadura de Somoza que llegaron a Costa Rica cuando eran adolescentes.
Se crió al sur de San José, en un hogar repleto de ideología de izquierda. La banda sonora de esa casa era radio Habana Cuba y no faltaba la revista Bohemia . Marx, Lenin, Bolívar y José Martí rondaban en una casa jefeada por la abuela Juanita Romero en barrio Cristo Rey, donde en los años 60 se asentaron decenas de inmigrantes nicaragüenses.
La mamá, Carmen Zapata, era una joven con trabajo ocasional como costurera, y el papá, Luis Enrique Morales, resultó ser una energía remanente, porque fue asesinado en 1960 por fuerzas somocistas, según cuenta el diputado.
“Era zapatero y nunca militó en un partido, pero su causa era en la izquierda. Lo mataron en una incursión a la frontera sur de Nicaragua, adonde llevaba cuadernos y medicinas, pensando en ganarse las confianzas para lo que iba a venir después allá”, contó. Parece que es genético ese afán por “ganarse las confianzas” políticas.
Víctor Hugo era casi el menor de ocho hermanos. Ahora lo es, por culpa de un asesinato en agosto del 2014 en Desamparados, aún sin esclarecer. Creció jugando fútbol (“era centro delantero y siempre he tenido buen físico”) en los sectores del sur de San José de donde también salió Melvin Jiménez. Estudió en el Liceo del Sur y después en el Monseñor Odio, donde tuvo contacto con una profesora (“cazatalentos”, la llama) que lo involucró en la política. Dos hermanos suyos se habían ido becados a tierras soviéticas, al otro lado de la Cortina de Hierro. Comenzaban los años 70 y Luis Guillermo Solís, a quien no conocía ni de cerca, estudiaba en el Colegio Metodista (privado), en Montes de Oca, en un mundo diferente.
Entró en la política estudiantil de secundaria, conoció el mundo rural y debutó en las luchas campesinas con movimientos de izquierda. “Me matriculé en la Universidad de Costa Rica, pero en el 79 me llaman a Paso Tempisque para una huelga en el ingenio CATSA, por derechos laborales y me fui”.
Se fue a Guanacaste. Nunca terminó ninguna carrera universitaria, pero cuenta se hizo un profesional en las “luchas por la tierra” que resultarían valiosas en la tarde del domingo en que (tres décadas después) se iba a escoger al candidato que consolidaría la ruptura del bipartidismo tico de décadas, en el 2014.
En medio hay una estancia en la Nicaragua revolucionaria de 1979, una pasantía de un año en la Cuba de 1980 y toda una carrera como dirigente cooperativo. Mientras Solís hacía vida cerca del Partido Liberación Nacional (PLN), Morales tejió alianzas en el cooperativismo, hizo canjes, estrategias y no mucho dinero, advierte, pero sí contactos útiles.
Como su papá, no participó en partidos políticos más que cuando fue necesario. Entró, sí, al PUSC cuando pidió ayuda a Miguel Ángel Rodríguez para enfrentar a un bloque de cooperativistas del PLN liderados entonces por Rodolfo Navas, ahora aliado suyo. “Era una forma de poder incidir en el sector cooperativo”, se justifica. En el cooperativismo dejó enemigos que prefieren no hablar de él en este reportaje, con el argumento de evitarse problemas. Otros políticos consultados también prefirieron abstenerse.
PELEA EN LA CASA PAC
En octubre tampoco quería hablar la diputada oficialista Epsy Campbell, que también competía por ser la candidata presidencial aquel domingo de julio del 2013. Después lo acusó de ser un “presumido” y de atribuirse poderes que no son tanto. Por ejemplo, de haber influido en la elección de diputados del PAC y otros nombramientos. “Fue un error estrepitoso nuestro ponerla ahí (segundo lugar por San José); ella se sacó gratis la diputación y nunca trabajó”, opinó Morales sobre Campbell, con su hablar lento y los párpados medio caídos, como proyectando tener las cosas bajo control. Era octubre del 2014.
En cambio, no se arrepentía de apoyar la postulación de Ottón Solís, que encabezó la nómina josefina y acabó siendo su adversario más enconado. Esa semana acabó Morales disparándole sin silenciador palabras como “cínico” y “farsante”, horas antes de sentir cómo el resto de la fracción lo dejaba hablando solo. El conflicto en la casa del PAC se dejó de timideces después de que salió del Gobierno el socio político de Morales Zapata.
Ahora, el paisaje cambia, pero en octubre él hablaba como el pragmático que es. Tal vez maquiavélico. “Fue un acierto electoral (poner a Ottón a encabezar papeleta legislativa) porque agregó estructura y fuerza en la campaña. Estaba muy ansioso por ser diputado”, según Morales. El fundador del PAC, sin embargo, solo aceptó pronunciar entonces una frase sobre Morales Zapata: “Quisiera tener una décima parte de la confianza que él tiene de parte de Luis Guillermo Solís”.
La fracción oficialista es pequeña y para peores está fragmentada. Uno de los factores es el protagonismo de aquel que en campaña electoral resultó cuestionado apenas se supo que iba en la lista diputadil por San José. En 1994 había enfrentado una acusación penal por un crédito cooperativo otorgado de forma supuestamente irregular y él concilió para evitar una condena, se reveló en plena campaña. Es decir, aceptó una culpa. Estas son cosas que no perdona Ottón Solís, que presionó en campaña hasta que la asamblea del PAC separó a Morales del partido por un año.
Morales acudió entonces a la Sala Constitucional, que le rechazó el recurso el 29 de octubre, mientras estaba en España con los diputados de partidos distintos, en un viaje coordinado por él y financiado por un grupo cooperativo centroamericano. Contactos suyos, insiste.
En estos momentos no hay consenso en el PAC sobre la militancia formal del diputado cuya palabra era hasta hace poco “palabra de Luis Guillermo”. “Gente como él necesita la Asamblea Legislativa” y “cuento con él con mayor seguridad de lo que cuento con otros”, había dicho el presidente sobre Morales, quien dice ganarse la vida coordinando desde su celular capacitaciones para cooperativas en Centroamérica. Y también vende queso con su familia, cuenta.
De él dicen que casi nunca se enoja, que es capaz de hablar con sus enemigos si es necesario. En diciembre, en un acto en Atenas, estuvo más de 20 minutos hablando con Freddy González, uno de sus rivales de siempre del movimiento cooperativo. Estaban rodeados por decenas de periodistas y por gente que sabe de su pelea añeja.
Morales insiste en mostrarse como un tipo práctico. Esta es una máxima que aplica hasta en su vida privada. Una hija suya nació después de que una excompañera de trabajo le pidiera ser el papá sin ser pareja, según relata. “Me dijo que yo sería un buen papá y yo, pues, no le vi problema. Acepté y ya está. Ella participa en las fiestas de mi familia con su mamá. Todo muy armonioso”. Y añade: “La vida da muchas vueltas”.
EN TIEMPOS DEL No
Coincidió con Solís en el “no”, en un movimiento cuya dirigencia también incluyó a Melvin Jiménez y al actual director de Inteligencia y Seguridad (DIS), Mariano Figueres, todos del círculo primario del actual mandatario durante este primer año de gobierno.
Zapata se había acercado dubitativo a Luis Guillermo Solís cuando este era precandidato del PAC, igual que años atrás había apoyado a Román Macaya (actual embajador en Estados Unidos) y un cuatrienio antes a Ottón Solís. Llegó con Melvin Jíménez a un grupo que se venía reuniendo cada semana y de donde varios se fueron retirando con el tiempo.
Morales, eso sí, rechaza haber apoyado en algún momento, en dupla con Jiménez, a Juan Carlos Mendoza e incluso al candidato Johnny Araya (PLN), como asegura Rolando Araya, amigo de ambos y dudoso de la lealtad de Morales al mandatario.
“Morales es un operador inteligente en la Asamblea Legislativa que ha intentado hacer en el Congreso el milagro de los panes, de multiplicar votos a pesar de la pequeña fracción del PAC (13 diputados o 12, según Ottón Solís)”, dice Rolando Araya, después de advertir que la oferta de adhesión del ahora diputado fue rechazado por Johnny, conocido del diputado desde antes de 1980 en el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP).
En esta etapa, en el 2003, había un dúo. “Melvin y yo”, reitera Morales varias veces sobre su amigo, quien lo considera “un guillermista”. Trabajaron en los 80 en proyectos de cooperación internacional con ONG ligadas al cristianismo, se reencontraron en el “no” al TLC y entonces siguieron juntos en propuestas con grupos sociales, sindicales y académicos, donde coincidieron también con Henry Mora, presidente de la Asamblea Legislativa en el período 2014-2015. Siempre cerca de la izquierda, subraya Morales Zapata.
Participaron en un intento de alianza electoral en el 2010 y se pusieron a buscar candidato desde que Ottón Solís, derrotado en esas elecciones, descartó volver a lanzarse para la Presidencia, confesó Morales. Llegaron entonces a Luis Guillermo Solís. Este ahora es presidente, Melvin Jiménez fue ministro de la Presidencia hasta este 16 de abril y Morales Zapata quedó como un diputado oficialista con libertades, sin tomar tampoco las riendas de los grandes temas de Gobierno, al menos de manera evidente.
“Melvin y yo hablamos tres o cuatro veces por semana. Con el presidente, bastante poco”, decía en octubre. A veces lleva pedidos de sectores que lo ven como un canal directo para llegar a Presidencia. Él tramitaba y llamaba a la secretaria de Jiménez para verificar avance.
Pero su trabajo consiste más en ablandar voluntades, dice, y para ello prefiere alejarse del micrófono, aunque suele acudir a él para defender a Luis Guillermo Solís, si fuera necesario. Habla por él, señaló Ottón Solís en el 2014, un día en que mencionó la palabra “sicario”, lo que llevó al presidente a exigirle una disculpa. No la logró, pero quedó claro que el presidente también estaba dispuesto a defender a Morales, a Jiménez y Mariano Figueres, el triángulo de poder ahora quebrado.
CAMBIA EL PANORAMA
El desgaste de Melvin Jiménez y las críticas contra su labor eran tantas que Solís decidió destituirlo el martes 14, pero con la idea de no anunciarlo de inmediato. El día siguiente, Morales Zapata salió a ventilarlo por cuenta propia, según Solís, quien con gesto de aparente molestia quiso dejar claro, en público, que él no es su vocero ni lo será en el futuro.
Hasta ahora, Morales Zapata era visto como el mensajero de voluntades no oficiales del Gobierno. Semanas antes de la aprobación del Presupuesto del 2015 (29 de noviembre), aseguró que tenía clara la negociación, por ejemplo. “Tengo totalmente afinada la estrategia”, afirmó en octubre, tras asegurar estar articulado con el mandatario. Este, consultado por La Nación en ese momento, quiso relativizar la importancia de Morales: “Juega el papel que han jugado también otros”. Ahora insiste en que no es su vocero. Ottón Solís tiene una explicación propia a las puertas de comenzar el segundo año de gobierno: “El presidente le dio muchas alas y ahora intenta cortárselas”.
Melvin Jiménez fue sustituido en abril por Sergio Alfaro, un “hombre PAC” que no duda en llamar “un líder” a Ottón Solís. Hay indicios de un viraje de retorno al PAC original, aunque Morales Zapata sigue hablando con el presidente de teléfono a teléfono. Se encargó de dejarlo claro este lunes 20 de abril, mientras Alfaro se presentaba como nuevo ministro de la Presidencia ante Henry Mora. Él iba hablando con su Samsung por el Castillo Azul y al ver a dos periodistas se acercó a ellos y a uno le colocó el teléfono en la oreja, sin que se lo pidiera. Nada indica que el mandatario supiera que el reportero Aarón Sequeira era quien lo escuchaba por unos segundos, mientras la cara del diputado parecía decir “para que vean con quién hablo yo”.
El Samsung de Morales tiene mucha información valiosa o curiosa. El diputado Mario Redondo recuerda haberle visto en el teléfono una copia de la Estrategia Nacional de Empleo antes de publicarse. También hay guardado –lo enseña él mismo– un chat en el cual una periodista radiofónica influyente le atribuye aptitudes “propias de ministro de la Presidencia” en lugar del amigo Melvin, cuando este aún se mantenía firme en su puesto.
Ese teléfono guarda además muchas fotos, cientos de contactos y mensajes de aquel domingo de julio del 2013, con datos de la ajustada convención que hizo candidato a “Luis”, como le dice.
Guarda con cuidado los mensajes y los contactos. “Tenga por seguro que acercándose el 2018 estaremos nosotros (‘Melvin y yo’) involucrados en dar profundidad a este proceso. Ojalá dentro del PAC, pero puede ser afuera. Yo voy a seguir trabajando en eso, en la causa”, decía en octubre. Y repetía que la vida da muchas vueltas.