Isla Calero, Pococí.- “Es como pagar un montón de plata en abogados por la custodia de un hijo y, una vez ganado el juicio, ¡diay!, tenerlo con hambre”.
Así resume Virginia Bermúdez Escobar el estado de olvido en que se va sumiendo isla Calero, luego de que ese pequeño territorio del Caribe costarricense fuera durante cinco años el epicentro de una acalorada disputa ocasionada por la invasión del Ejército de Nicaragua.
LEA: Un viaje de lado a lado por la tierra que quería Pastora
“Tengo ocho años de vivir aquí (en Calero), para nosotros no hay muchos cambios. Ahí vamos pasando; estando con salud los güilas, vamos saliendo”, comenta la mujer, de 24 años mientras sostiene en el brazo a su tercer hijo, Gabriel, de seis meses.
“Vea este niño; recibió la vacuna de los cuatro meses cuando tenía cinco y medio, y es que no había inyecciones”, continúa.
Pero casi un mes después del histórico fallo, con los reflectores de las cámaras apagados y los discursos sobre soberanía de los gobernantes de turno convertidos en un recuerdo agridulce, los pobladores ven lejana la solución a sus problemas cotidianos.
Aquí, los ríos Colorado y el San Juan siguen mojando las orillas de la isla como si nada hubiera pasado en todo este tiempo.
La única diferencia palpable está en el tema de la seguridad, aspecto en el que tanto Costa Rica como Nicaragua no escatimaron recursos.
A remo, o nada. Los otros dos hijos de Virginia Bermúdez Escobar chapotean en una piscina de hule que se acaba de llenar con agua de lluvia que, además de servirles para jugar, les permitirá tomar un agua más potable que la que suelen consumir.
Se trata de Roberto, de cinco años, y Paola, de ocho.
La niña está en segundo grado, en la escuela de Delta, al otro lado del río Colorado, pero para llegar, ella cada mañana debe arreglárselas para cruzar los casi cien metros que separan una orilla de la otra.
La zona, dividida administrativamente por el río Colorado entre los cantones de Sarapiquí y Pococí, si bien presenta algunas mejoras en el mantenimiento de las rutas de acceso, sigue presentando carencias en salud, transporte fluvial y educación.
Por formar parte del refugio de Vida Silvestre Barra del Colorado, existen una serie de inconvenientes administrativos para llevar ayuda a los habitantes.
Sin embargo, con apoyo o sin él, la ribera del río se llena de chiquillos en botas de hule que viven aquí, en la ahora célebre isla.
Así quedó evidenciado en un recorrido realizado por este diario en diferentes puntos de Calero y el poblado de Delta.
Estos dos pueblos, apenas levantados sobre las veras del río, suman en totalidad unos 900 habitantes, según comentó Alexánder Araya, el médico de turno que da atención a los pobladores de esta zona, y que llega una vez cada mes a la escuela de Delta a brindar atención básica.
“Las condiciones de infraestructura son malas, como ve”, dice desde adentro de la habitación del maestro que le sirve de consultorio. Otra aula es el salón de inyectables, donde la enfermera Elvira Vargas hace todo lo posible por mantener limpia el área donde punza a niños y adultos.
Políticos, de lejos. La campaña política de alcaldes todavía no llega a esta zona (la elección es el 7 fe febrero), y la intervención social anunciada por el presidente Luis Guillermo Solís, al inicio de su mandato, da tímidos resultados.
LEA: Costa Rica obtiene victoria inapelable en juicio por Calero
Tras las llenas del año pasado, tanto del río San Juan como del Colorado, la Comisión Nacional de Emergencias, en conjunto con el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), Cruz Roja y Fuerza Pública, dieron soporte para atender necesidades de primer orden; sin embargo, el problema sigue sin resolverse.
Tampoco hay respuesta para dar continuidad al programa de paneles solares del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) en la zona y sigue siendo mínimo el mantenimiento y distribución de estos aparatos.