Usted dijo a principios de año que se amarraría, si fuera necesario, para evitar demoliciones. ¿Mantiene esa posición?
Es que son muchísimos y es gente pobre, algunos en verdadera miseria. Yo no botaría esas casas o quizá pediría a la gente de la Contraloría que me acompañe.
¿Creen que los diputados podrán aprobar esa moratoria en tres semanas?
Yo confío en que sí. Está convocado y... yo creo que sí. En principio, era un año, pero ellos quisieron hacerlo a dos años y me parece razonable. A mí me votan eso y ya respiro porque sé que no me demolerían tanta casita.
¿“Me demolerían”?
Es que yo los siento como míos. Yo no quiero ver un tractor más arrasando la casa de una familia pobre, el negocito de unas gentes que han vivido ahí siempre o, incluso, el edificio de un comerciante. Puede que haya por ahí algún negocio que haya que revisar, pero no es justo con todos.
¿Cómo resume el ambiente que hay en esas zonas costeras?
Es el ambiente lógico de mucha inquietud y preocupación. El peligro es que, entendamos, esto podría provocar incluso violencia por la frustración que esto trae.