“Yo no busco un hijo, pero él sí busca una mamá. Suena raro, pero ahorita soy yo quien le está llenando sus necesidades, aunque sea algo temporal”.
Beatriz Murillo habla de Roberto, el niño que vive como un miembro más de su familia desde hace casi un año y que, en cualquier momento, podría irse a un hogar definitivo.
Roberto es uno de los 4.405 niños que, al pasado 29 de marzo, estaban viviendo en hogares de acogimiento temporal. La violencia, la drogadicción o la negligencia los empujaron fuera de sus familias biológicas.
La cifra cambia en forma constante. Cada semana, hay menores que se separan de sus casas, otros que regresan y algunos que logran ser adoptados para formar parte de un nuevo y más duradero hogar.
Del total, 1.290 menores se encuentran en hogares que reciben una subvención simbólica. El resto de familias se encarga de todos los gastos.
Roberto es un nombre ficticio que La Nación le asignó al pequeño para proteger su identidad. Igual medida se tomó con otros niños mencionados en el presente artículo.
La entidad ayuda al Patronato Nacional de la Infancia (PANI) en la búsqueda de familias dispuestas a recibir un niño mientras se decide su futuro.
Tras recibir una llamada urgente, doña Beatriz fue a recoger a Roberto al hospital. Él tenía año y medio y estaba en una condición delicada debido a un mal congénito en sus riñones.
A ella le explicaron que, como la madre no lo cuidó, le quedaban pocos meses de vida.
Sin embargo, aunque tiene limitaciones físicas que lo afectarán en el futuro, el niño está recuperado y se siente cada vez más cómodo en su familia fugaz, donde cada miembro lo cuida como propio.
Una opción. Los hogares solidarios, como los llama el PANI, son una alternativa a los albergues.Las familias son elegidas luego de un proceso que incluye revisión de antecedentes, entrevistas, visitas y capacitaciones. Se puede buscar información en la página electrónica www.casaviva.org o en el teléfono 2524-1380.
“Esta opción tiene muchas ventajas. La familia es el lugar perfecto para el desarrollo psicoafectivo del niño, que se relaciona con el amor y la atención.
”En un albergue, donde hay muchos otros niños, la atención no se da de la misma forma”, reconoció Jalila Meza, coordinadora de acreditación del Patronato.
La separación de la familia biológica es una medida extraordinaria que se toma para proteger al menor, mientras se evalúa si la situación del hogar puede mejorar para que regrese, o si debe iniciarse un proceso judicial para que pueda ser adoptado.
Así fue como Sara inició su nueva vida. A los tres meses de edad, ella debió ser separada de su mamá, una muchacha de 16 años que no la podía cuidar.
Después, vivió durante 10 meses en la casa de Marisol Paniagua y Juan Carlos Alpízar. Requirió cuidados adicionales a los de cualquier bebé, ya que ella estaba desnutrida y, además, padecía de labio y paladar hendido.
Durante su estadía, Sara se recuperó de la cirugía que corrigió la malformación, ganó peso y se preparó para echar raíces con la pareja de médicos que la adoptó.
La pequeña tocó los corazones de su familia temporal.
"Ahorita ella está pequeñita y tal vez cuando crezca no se acuerde de nosotros y no le afecte, aunque a mí sí, porque me hace mucha falta. En ella pusimos mucho esfuerzo", recuerda Juan Carlos.Ese es, precisamente, uno de los momentos más difíciles que enfrentan quienes abren sus hogares a estos niños: dejarlos ir.
Después de la partida de Sara, la pareja ofreció su casa en dos ocasiones más. Ahorita es Rafael quien vive con ellos y sus dos hijos, Abigaíl y Santiago, desde hace un mes, mientras se decide si el pequeño va a vivir a Nicaragua, con su abuela paterna.
Roberto también es el tercer niño en llegar a la casa de Beatriz Murillo y su esposo, Francisco Ferrario."Ellos son el presente, pero también el futuro (…). No podrían ser buenas personas, ni amar. Queremos poner un granito de arena", alegó Marisol.
Fotografías de Mayela López.