Las muchas noches de estudio frente a fórmulas químicas y ecuaciones matemáticas tuvieron su recompensa: tres estudiantes del Colegio Científico del Atlántico, en Limón, viajarán a Estados Unidos con una beca por un año.
Ariana Arce, Mike Madrigal y Ronald Vílchez son hijos de familias trabajadoras de las fincas bananeras o tienen padres educadores. Nunca se imaginaron entre gabachas blancas y laboratorios, mas pronto sucederá.
Los tres son compañeros de aula y alistan valijas para tomar el avión el miércoles 13 de agosto con rumbo a Houston, California y Washington D. C., respectivamente.
Una vez que entraron al Colegio Científico del Atlántico, comprendieron que la pasión por la ciencia debe ir más allá de las palabras y supone dedicación absoluta. Solo así se puede ser el mejor.
“Desde que entré, tenía la meta de ganar la beca. Había que mantener un promedio superior a 90 durante todo el año, y eso suponía dejar las horas de juego en la computadora para tomar los libros y estudiar hasta la madrugada”, cuenta Mike Madrigal, de 17 años.
Su ingreso a las aulas científicas implicó dejar su casa en Guápiles y vivir en una residencia estudiantil en Pueblo Nuevo, Limón, junto con cuatro estudiantes.
“Aquí aprendí independencia: a cocinar solo, a planchar y a olvidarme de que la pereza existe cuando uno quiere lograr un resultado. A veces, estudio hasta las cuatro de la mañana para levantarme a las cinco”, contó Madrigal, quien afirma que estudiará Ingeniería Química.
Para los tres, el cambio –a la altura de décimo año– de un colegio regular a uno científico implicó “ponerse las pilas en un aula de genios”, donde todos hacen su mayor esfuerzo para sacar las mejores calificaciones.
“Aquí uno deja de ser el sobresaliente de la sección para estudiar de verdad. Sin embargo, el cole científico no succiona cerebros, como dicen algunos. Los compañeros somos una familia y lo que importa es trabajar en equipo”, dijo Rónald Vílchez, un apasionado de la Física.
Los jóvenes compitieron junto a otros estudiantes de colegios científicos. Luego de un proceso de entrevistas, revisión de las notas y un ensayo en inglés, el programa intercultural AFS seleccionó a siete alumnos de todo el país que viajarán a Norteamérica con el 100% de los gastos pagos.
Esfuerzos. Las horas de estudio no han sido su único sacrificio. Entrar al Colegio Científico implica gastos para las familias, pues deben invertir en transporte y compra de libros de categoría universitaria.
“Los libros son caros y, semanalmente, se gastan de ¢10.000 a ¢15.000 en pases del bus y alimentación. Pero hay apoyo total de mi familia. Ellos ni se imaginaban esto; para todos fue una sorpresa enorme”, expresó el joven Rónald Vílchez, hijo de Nora Martínez y Álvaro Vílchez, ambos trabajadores de las bananeras.
“Para uno, es un orgullo. Él es muy ambicioso y siempre ha estudiado para alcanzar sus metas. Ahora, nos llena de mucha nostalgia porque se nos va durante un año, pero todo sea para su crecimiento personal y profesional”, dijo la madre de Rónald.
El trío de estudiosos de las ciencias estiman que dedican el 80% de su tiempo a estudiar, un 10% a dormir y el otro 10% a hacer deporte, bailar o salir con amigos.
“Si uno quiere progreso personal, tiene que dedicarse a estudiar al máximo. En 10 años, me veo trabajando, sirviendo a Limón desde la Química. Mi familia me apoya y ahora hay mucha nostalgia por el cambio que se avecina, pero es un reto”, dijo Ariana Arce, de 16 años.
El Colegio Científico del Atlántico tiene unos 23 estudiantes en las dos secciones de décimo y undécimo año. El año pasado, también celebró el triunfo de dos de sus estudiantes que viajaron con becas a Estados Unidos y a Malasia.
“Son jóvenes dedicados, cuya prioridad es el estudio para conseguir sus metas. La dedicación trae buenos resultados”, concluyó Kenneth Rivera, director de ese centro de enseñanza.