– Doña Laura, ¿cómo se siente?
–¡Vean, dormí de maravilla, como un bebé! Muy entusiasmada, muy contenta, muy emocionada.
– ¿Qué emociones tiene ahora?
– ¡Muchísimas! Pero sobretodo, muy agradecida con el pueblo de Costa Rica, viendo este día tan hermoso que nos regaló la virgencita de Los Ángeles, confío que va a ser una fiesta. ¡Los dejo, porque nos cogió un poquito tarde!
Eran las 9:58 a. m. y la futura presidenta apenas tuvo tiempo de saludar a la prensa y abordar el Land Cruiser verde que la acompañó durante toda la campaña.
Ayer no quiso usar el lujoso Hyundai Equus que le heredó su predecesor, Óscar Arias.
El parecido con una boda era evidente, salió de la casa algo atrasada y vestida con un traje blanco perlado de dos piezas, con delicados detalles en seda.
No estaba nerviosa, pero sí visiblemente emocionada, con una sonrisa amplia y sus grandes ojos negros muy abiertos.
Nadie la vio llorar, solo su madre, Emilce Miranda, quien confesó que empezó a “contarle chistes” para que se riera y no se le corriera el maquillaje.
No era para menos, estaba a minutos de convertirse en la primera Presidenta de Costa Rica, 60 años después del primer voto femenino en el país.
“Imagínese, nos sensibilizó llegar y verla alistándose para este acto tan trascendental. Mi marido incluso es más llorón que yo, entonces lo mandé a ver noticias para que no le contagiara el llanto a ella”, declaró Emilce Miranda, mientras esperaba el inicio de los actos protocolarios en el Parque Metropolitano La Sabana.
La ausencia de ojos intrusos le permitió a la gobernante desayunar a solas con sus familiares más cercanos.
Luego llegó Flory Mata, encargada del sobrio maquillaje en tonos neutros y terracotas.
Empezó a vestirse y se tomó dos pastillas para los dolores lumbares que la aquejan hace varios días.
A las 10:12 a. m. ingresó a La Sabana, con seis escoltas y una caravana de ocho vehículos.
Luego vino el desfile, y la gritería de cientos de estudiantes, que bordearon la tarima principal.
A las 11:35 a. m. el presidente del Congreso, Luis Gerardo Villanueva, empezó a leerle el juramento y el “¡Sí, juro!” de Laura Chinchilla, resonó fuerte y con eco en los parlantes del Parque Metropolitano.
Tenía la mano derecha extendida y levantada al nivel de su hombro, e instintivamente se llevó la izquierda al pecho y exhaló profundo, como si hubiese contenido el aliento.
La Sabana volvió a ovacionarla, aunque muchos de los concurrentes no pudieron ver su gesto, porque la única pantalla gigante se veía borrosa por el reflejo del intenso sol.
Entre descoordinado o nervioso, Villanueva intentó colocarle a Chinchilla la banda como una estola, pero José María Rico Chinchilla, lo corrigió, y ubicó uno de los extremos por la espalda de su madre.
Una vez investida, Laura Chinchilla la tomó entre sus manos y besó el escudo nacional.
Terminado el protocolo, la Presidenta eludió a los curiosos y a los periodistas por entre los andamios de la tarima.
Rompió el protocolo nuevamente cuando ingresó al Teatro de la Aduana, donde ofreció un almuerzo a las delegaciones internacionales y a su nuevo Gabinete.
Allí se salió de la línea del desfile para saludar a la prensa por segunda vez en todo el día y dar una nueva muestra de tolerancia, tras los disturbios de algunos manifestantes en La Sabana.
“Esta es una democracia viva, a la gente le gusta externar sus posiciones (...) y yo estoy abierta al diálogo”, declaró.