Tiene unos enormes ojos negros, chispeantes. El pelillo lacio y oscuro y unos pies pequeñitos y muy ágiles con los que corre por la sala de sus abuelitos, en San Francisco, Heredia.
Con un chupón de fresco en la mano derecha y una pijama de carritos, Rubén Mejía Leandro, con dos años, 10 meses y 21 días se roba la atención de todos en la sala.
A simple vista es un pequeño sano y juguetón, como la gran mayoría de los 77.000 que nacen en Costa Rica cada año.
La única diferencia, censurada por credos religiosos, es que Rubén nació gracias a la técnica de fecundación in vitro (FIV).
Sus padres, el informático Gerardo Mejía y la médica Marcela Leandro recurrieron a este procedimiento en Panamá cuando se percataron de que había un problema de infertilidad que les impedía concebir por vías tradicionales.
Marcela Leandro tuvo innumerables problemas con quistes y en una cirugía perdió dos terceras partes de sus ovarios. La FIV era su única alternativa para ser mamá.
Aunque la fertilización in vitro está prohibida en nuestro país, la preparación para el procedimiento se realiza en Costa Rica, donde la mujer recibe inyecciones para estimular la producción de óvulos.
En su caso, Marcela y Gerardo recurrieron al apoyo del médico ginecólogo Ariel Pérez, quien viajó a territorio panameño para poder fertilizar los óvulos y luego implantarlos en el útero de la madre.
La técnica se realiza en el Centro Fecundar , que publica en su página web el precio del servicio. Por ejemplo, $2.300 por el laboratorio y $1.200 por honorarios médicos.
Esta pareja, afincada en Santa Bárbara, Heredia, pagó $8.000 por toda la terapia, los tiquetes aéreos y el hospedaje.
Aunque este es el tema que menos les importa en este momento, Gerardo Mejía sigue pagando las tarjetas de crédito con las que financió el procedimiento.
“Nosotros tuvimos la suerte de que nuestra familia nos apoyó. Pero tenemos gente en el grupo ( de Facebook ) que te dice ‘es que yo no tengo plata para ir”, relata Marcela Leandro.
La pareja criticó duramente que Costa Rica cumpla 12 años sin una legislación que regule la técnica de fecundación in vitro.
“Lo que pasa es que en este gobierno hay un doble discurso”, empezó Marcela y luego la frase la completó su esposo: “Esto parece una cruzada de la Edad Media, como si los hijos de in vitro fueran hijos del demonio. En el Gobierno no ven el dolor de las parejas que anhelan ser padres”.
Ajeno a la conversación, Rubén mira una foto de su mamá embarazada y ella amorosa le pregunta: “¿dónde estaba Rubencito ahí?” y el pequeño le señala con su dedito la barriga redonda cubierta con un vestido rosado.