La beatificación del papa Juan Pablo II se celebró con tanto júbilo durante la vigilia realizada en el Estadio Nacional, que muchos de los fieles presentes ni siquiera se dieron cuenta del momento exacto en que eso ocurrió.
La descoordinación en el programa de actividades, sumado a que en el Vaticano el momento culmen ocurrió 23 minutos antes de lo previsto (a las 2:37 a. m., hora de Costa Rica en vez de las 3 a. m.), dejó a muchos con ganas de ser testigos, aunque fuera a la distancia.
En el Nacional lo único que se logró observar fugazmente en las grandes pantallas fue el instante en que el papa Benedicto XVI declaró beato a Karol Wojtyla –nombre real de Juan Pablo II–.
Solo unos pocos escucharon la designación en latín y se enteraron de que su festividad se celebrará el 22 de octubre, cuando se inició, en 1978, el pontificado del excardenal de Cracovia, Polonia.
Esos segundos claves tomaron desprevenidos a muchos de los que estaban despiertos y, todavía más, a centenares de fieles que dormían a la espera de la transmisión de la beatificación.
Muestra del apuro fue que el audio del concierto que se llevaba a cabo se silenció de golpe para dar paso a las palabras del sumo pontífice Benedicto XVI.
Además, el juego de pólvora que, según el programa, se realizaría inmediatamente después de la beatificación nunca se realizó.
El sacerdote Víctor Jiménez, vocero de la organización, dijo que esa conexión intempestiva con el Vaticano estaba calculada.
“Es que la beatificación es muy larga, entonces solo queríamos mostrar ese momento exacto”, justificó ante consulta de este diario.
Minutos después, otro de los organizadores –quien solicitó que su identidad se mantenga en reserva– reconoció que la declaración de beato los tomó por sorpresa.
“Ni siquiera me di cuenta de cuándo sucedió; para esa gracia me hubiera quedado en la casa viendo la beatificación por la televisión”, se lamentó Gabriela Bogantes.
Por más de 12 horas el pueblo católico cantó, bailó y rezó en memoria de Juan Pablo II, quien durante su apostolado visitó Costa Rica en 1983 y ofició una misa en el lugar de la vigilia, La Sabana.
Ni siquiera el frío madrugador que se asentó sobre el recién inaugurado Estadio Nacional pudo contener la fe y devoción de más de 45.000 almas de todas las edades y provenientes de todos los rincones del territorio. Llegaron en carros, en buses y hasta en tren.
Se trató de una fiesta en donde cada quien hizo lo mejor para satisfacer su espiritualidad.
Más pausados, pero con el mismo ánimo, estuvieron los de más edad, algunos de ellos aferrados a rosarios y llenando de plegarias el ambiente.
Fue una noche y un amanecer cargados de fervor y admiración por el que fuera el “papa viajero” y que desde ayer es beato.
Desde ya, la Iglesia católica espera y clama por el título final: la santidad.