Leidy Fabiola Leiva Lara, de ocho años de edad, y su hermano Jesús David, de seis, van al comedor escolar dos veces al día.
Ella cursa segundo grado y él preescolar. Sus nombres aparecen en una lista de 148 niños de la escuela Maurilio Soto Alfaro, de Montecillos, Alajuela, que no tienen qué comer en sus casas.
Las maestras notaron que estos pequeños llegaban a clases con mucha hambre.
Luego de conversar con ellos y sus madres, incluyeron los datos de los menores en la ficha escolar del Programa de Informatización para el Alto Desempeño (PIAD). Entonces, descubrieron la dimensión del problema que aqueja a un grupo importante de estudiantes.
“Estos alumnos representan el 25% del estudiantado y requieren de un tiempo de comida extra. Además, son los más fieles, porque tienen la alimentación garantizada entonces casi no suman ausencias”, detalló la maestra Diana García, una de las encargadas del PIAD en ese centro educativo.
El programa permite que Leidy y Jesús ahora lleguen al pequeño cuarto donde viven con su mamá y no tengan que buscar alimento.
“Trabajo limpiando casas, en ocasiones tres veces por semana y me ganó ¢7.000 por día. De alquiler pago ¢50.000 y muchas veces se van a la escuela sin comer porque no tengo nada”, dijo la mamá de estos niños, Vanessa Leiva.
Por ello, cuando a Leidy, Jesús y a los otros 146 pequeños les toca por la mañana y suena el timbre de salida, guardan sus útiles y se van directo al comedor a almorzar.
Los días que entran por la tarde, llegan unos 15 minutos antes también para comer.
“Nos dan pan con jalea, sirope con leche, chocolate, a veces pinto con natilla y también almuerzo. Mi mamá a veces me da ¢100 para que me compre algo”, narró Leidy.
El almuerzo no es la única ayuda adicional que reciben estos niños.
“La maestra les consiguió los uniformes y también cuadernos. Además, en la escuela me dieron unas hojas para solicitar una beca (de ¢11.000 mensuales) para el próximo año”, comentó la mamá.
Estimación. Amancio Córdoba, director de esa escuela, indicó que al conocer, por el PIAD, los casos de estos niños en extrema pobreza, saben la cantidad de almuerzos diarios que deben preparar.
“Antes del PIAD era difícil identificar esto, porque no estaba cuantificado”, aseguró Córdoba durante una exposición sobre el uso de este programa informático.
Natalia Villalobos, también maestra de esa escuela, comentó que también pudieron identificar a los estudiantes que más se ausentan para irlos a buscar a sus casas.
“Estos gráficos (arrojados por el PIAD) nos sirven mucho para trabajar con grupos específicos y generar los planes remediales”, aseveró Villalobos.