Las fuertes lluvias produjeron un nuevo deslizamiento ayer que avivó los temores entre la población de Salitral, Santa Ana, San José.
La caída de troncos, piedras, lodo y agua por la quebrada Canoas, desde el cerro Chitaría, destruyó ayer un puente en calle Montoya, hasta ahora el barrio más afectado allí por la inclemencia del tiempo.
Esa estructura, según el alcalde municipal, Gerardo Oviedo, servía de contención para que los materiales no lleguen al río Uruca.
“Ahora tenemos los sedimentos muy cerca del río y esto nos pone en aprietos, porque nada los frena”, manifestó el funcionario.
Si el material llega e ese cauce, una cantidad indeterminada de las 100 casas del poblado de Paso Machete podrían ser anegadas o falseadas por las cabezas de agua.
Las viviendas que están en mayor riesgo son las construidas muy cerca del río.
En tanto, la Municipalidad de Santa Ana cerró el paso por cinco puentes de ese cantón, ante la posibilidad de que una nueva cabeza de agua los destruya.
Esas estructuras se ubican en quebrada Cañada, barrio Herrera y otra próxima a la Cruz Roja.
El peligro en Santa Ana persiste porque unas cinco hectáreas del cerro Chitaría quedaron inestables como consecuencia de la primera avalancha, el jueves anterior.
Esa apreciación la hizo el viernes Julio Madrigal, geólogo de la Comisión Nacional de Prevención de Riesgos y Atención de Emergencias (CNE), quien aseguró que en algún momento esa masa de territorio se desplomará.
Tal cantidad de tierra equivale a siete veces la cancha del nuevo Estadio Nacional.
Sigue abierto. Los fuertes aguaceros de ayer echaron por la borda la posibilidad de que algunos de los damnificados regresaran a sus hogares en barrio Montoya.
“Hoy (ayer) se iban a valorar las casas para que algunos regresaran, pero ahora no será posible. Las personas seguirán en el albergue y el lunes inspeccionaremos las viviendas”, expresó Oviedo.
En el salón comunal de San Rafael, Santa Ana, permanecen 58 personas refugiadas.
Entre tanto, otros aprovecharon un momento de sol ayer para sacar algunas pertenencias de sus casas, deshabitadas ante la posibilidad de nuevos deslizamientos. Colaboró Nelson Méndez.