“Mi corazón está aquí, en esta tierra que me vio nacer. Aquí me crié y aquí tengo que morir. Yo más bien le pido a Dios vivir más años con salud ”, dijo doña Etelvina.
En sus palabras, muestra el arraigo que siente por su natal Santa Ana, la fuerza para vivir y ver hecho realidad su sueño de “una casita” en ese cantón.
Junto a su hijo Olman, dicen que no saldrán del puente y, aunque no precisan el año, recuerdan que una vez el Gobierno les ofreció vivienda en San Carlos, pero ellos la rechazaron.
“Puede que la gente no me entienda y yo sé que a caballo regalado no se le busca diente, pero es que yo no puedo ir contra la voluntad de mamá. Yo quiero que ella sea feliz y ella no quiere salir de este pueblo”, aseguró Jiménez.
Desde una silla de plástico y con un pulso tembloroso que amarran las arrugas de sus manos, doña Etelvina cuenta los motivos que la mantienen atada al puente, ubicado 800 metros antes del peaje de Ciudad Colón:
“Imagínese, ¿dónde voy a encontrar yo a las muchachas del Ebais que me tratan tan bien? Perderíamos a toda la gente que conocemos, también el clima... todo se perdería”.
Sin cifras. En Costa Rica, se ignora cuántas familias habitan debajo de un puente. Sin embargo, la última Encuesta Nacional de Hogares del 2011 anota que 16.307 personas habitan en tugurios.
De acuerdo con el ministro de Vivienda y Asentamientos Humanos, Guido Monge, a cada caso se le da seguimiento mediante un programa que hace un estudio de las familias.
“Su reubicación en proyectos de vivienda se apoya con un subsidio total que es tramitado a través de las entidades autorizadas”, agregó el ministro Monge.
Por su parte, el director de Conservación Vial del Consejo Nacional de Vialidad, Christian Vargas, afirmó que, aunque estas personas no hacen ningún daño a las estructuras, las inspecciones se hacen difíciles cuando hay inquilinos que reaccionan violentos.
“Hay funcionarios que se han enfrentado a estas personas. En algunos momentos ha habido que ir y a veces son gente tranquila, pero a veces hay indigencia con drogas y la situación se torna un poco más difícil”, agregó Vargas.
Según el ingeniero Vargas, desde el punto de vista estructural, nada le va a pasar al puente porque una familia viva debajo de él y realice fogatas.
No obstante, opinó que desde el punto de vista social, “es una situación muy triste que requiere atención”.