¿Vale expresarse? Así es. Pero con inteligencia y dando lo que se pide: atención, respeto y altura. Luego, viene lo otro: una mesa para dialogar de modo adecuado y simétrico. Así deben ser las cosas en la sociedad, en la Iglesia, en todas partes. En estos días en que las cosas han estado un poco pesadas en las calles, es un tema que no se puede dejar de lado: la civilización que se muestra en el diálogo.
En él nadie pierde.
Con esta actitud y con ir descubriendo a diario el contenido de la doctrina social de la Iglesia que, como sabemos, definió el proyecto-país que no hizo diferentes a partir de los años cuarenta, podremos avanzar en la construcción de una patria un poco averiada y cansada a causa de actitudes e ideas que están muy lejos de ser nuestras.
En nuestro camino por el año litúrgico llegamos a este día del Señor en la parte final del mes dedicado al Sagrado Corazón, en vísperas de la fiestas centenarias de la Virgen del Mar y de la memoria de nuestra Beata María Romero.
Hoy, nos pone la Iglesia ante un texto de Lucas que está lleno de una gran riqueza teológica: el Señor llena los días de cara a su plan salvífico. Se está cumpliendo el éxodo del Señor al Padre: muerte, sepultura, asunción y envío del Espíritu.
Ante la actitud de los discípulos, Jesús “endurece” su rostro, le desagrada su modo de proceder a pesar de la poca hospitalidad mostrada por los samaritanos. Jesús no pacta nunca con las prácticas ancestrales de la venganza y reacciona duramente ante todo lo que implique atentar contra el otro.
Ante algunos que desean vivir el discipulado, Jesús les hace ver que, si desean asumirlo, deben romper con sus esquemas actuales. Las exigencias que el Señor plantea van en esa línea: el que desea seguir a Jesús ha de renunciar a tres palabras: poder, comodidad y pasado.
El poder no tiene valor cristiano, la comodidad es un ridículo de cara al apostolado y el pasado está bien donde está.
El Señor, usando una hipérbole, subraya su estilo de vida humilde. Luego, agrega que el seguimiento libera de cualquier muerte espiritual: que otros entierren a los muertos. Y, finalmente, el arado exige atención total: nada de distracciones, pues el surco puede quedar mal hecho.
Los aptos para construir Reino, entonces, son los que saben ponerse a la altura de esta nueva manera de ver las cosas. Contemporizar con las realidades terrenas genera incoherencia, muerte y una distracción que, para quien vive su fe en serio, puede ser fatal.
P. Mauricio Víquez Lizano.