Carlos Hernández
Guatuso. La mañana del 15 de agosto de 2009, Modesta Cruz Mejías, de 75 años, recibió el mejor regalo del Día de la Madre.
Sentada en la sala de su vieja casa de madera, en San Rafael de Guatuso, sostenía una conversación con su nieta Gwendolin –hoy de 24 años– cuando apareció en su puerta un funcionario del Registro Civil.
El empleado público le entregó un documento que la declara costarricense: su primera cédula de identidad.
Atrás quedaron 55 años de lucha. “Al ver la cédula, sentí una alegría enorme. Me emocioné y lloré; me quedé sin palabras. Sentí que nacía de nuevo y que por fin era ciudadana costarricense”, rememoró la señora.
Ella ya no vivirá momentos amargos como aquella ocasión en que un policía intentó bajarla de un bus por no portar documento de identidad.
Esta simpática anciana, madre de 16 hijos, vino al mundo el 24 de febrero de 1933, cerca de una de las márgenes del río Frío, en la frontera norte.
A falta de un acta de nacimiento, no era considerada tica.
Su incansable lucha rindió frutos en el 2009, cuando dos ancianos mayores que ella, quienes la conocieron pocas horas después de nacida, testificaron sobre el alumbramiento.
Su vida ha dado un giro. En el 2010 votó por primera vez, gestiona una pensión por vejez y ya le aprobaron un bono que le permitirá tener casa propia.
Napoleón García López, otro lugareño, tiró la toalla. A sus 78 años –tres de ellos en completa oscuridad por la ceguera– se cansó de pedir su cédula.
“Desde que cumplí los 21 años empecé a pelear y nada obtuve. Nací aquí, en Cureña de Sarapiquí, en la orilla tica del río San Juan, pero no puedo demostrarlo con papeles”.
Don “Napo”, como le dicen, asegura ser un fantasma. “Es como si no hubiera nacido”.