Huyó de la guerra que azotaba a su país natal, El Salvador y, en Costa Rica, encontró su pasión. Jesús Meléndez se convirtió aquí en zapatero por necesidad y, en payaso, por amor.
Hoy, a sus 57 años, combina ambos oficios con magistral habilidad. Tanto que los zapatones que él usa para dar vida a su personaje, Kapirucho, se han convertido en producto de exportación. Otros payasos del mundo aspiran a vestir sus obras de arte.
Jesús tarda dos días en combinar cuero de colores neón, para dar vida a cada zapatón de payaso. Tres pares a la semana consumen su jornada diaria de 8 horas, en un taller lleno de cordones de colores y figuras de payasos, en San Rafael Abajo de Desamparados. Ese es un lugar en donde se siente la magia.