Cuando Ana salió al corredor y vio a su hermana Mayela de pie, junto al árbol de Navidad, pensó que algo no estaba bien en su cabeza.
“Pasaron unos segundos de completa confusión”, recuerda.
Y de pronto le salió un estremecedor grito seguido de una mala palabra. Corrió a abrazarla. Mientras tanto, gritaba y lloraba.
Lloraba de emoción y alegría. Lloraba porque no podía creer que sus hijos hubieran montado un plan tan perfecto para sorprenderla, la mañana del sábado 30 de noviembre. Quien estaba al frente era aquella hermana a quien extrañaba desde hacía 35 largos años.
Aquella escena quedó grabada en un video. También quedó impresa en la memoria de estas aserriseñas, quienes hicieron realidad su sueño de Navidad. Una lleva el apellido de la mamá y la otra del papá: Mayela es Solano y Ana es Espinoza. Ellas son parte de una familia de cinco hermanos donde la unión es el principio y el fin.
La partida. La separación se remonta al año 1979, cuando Mayela tenía 25 años. Ella trabajaba como empleada para una funcionaria del Fondo Monetario Internacional. Su patrona se fue a Estados Unidos y le pidió que la acompañara.
Cuando aquella joven empacó maletas y se fue, el Aeropuerto Internacional Juan Santamaría era una terminal rústica, sin siquiera las mangas de abordaje. En San José no había edificios altos y Aserrí era un pueblito de apenas unas cuantas casas. Lo que encontró ahora no se parece, en nada, a lo que tenía guardado en su memoria.
“San José es un tumulto que parece Nueva York”, dice.
Mayela hizo su vida en Alexandría, Virginia. Allá se casó, tuvo una hija y luego se divorció.
Durante esas tres décadas y media, hizo dos intentos por venir al país, pero por diversas razones no se le hizo posible.
Ana quería viajar a Estados Unidos, pero tampoco logró la visa. Por momentos pensó que se moriría sin volver a ver a su hermana, dice.
Conociendo que ese era su gran sueño, los hijos de Ana se organizaron para comprarle el tiquete aéreo a su tía y reunirlas.
Los preparativos empezaron hace cinco meses. “Ese tiempo se me hizo un siglo”, dice Mayela. Desde el momento en que supo que ya tenía un tiquete aéreo a su nombre empezó a alistar el viaje. Empacó regalos, ilusiones y antojos.
Quería comer tamal asado, volver a celebrar la Navidad con una buena piña de tamales, comer “gatos”, granadillas y guanábana.
“La Navidad allá es bonita, pero es muy diferente” , cuenta. Ajena a lo que pasaba con su hermana a cientos de kilómetros, Ana se resignaba con las llamadas telefónicas.
“Fue tan lindo verla porque son tantos años...”, cuenta Ana, quien asegura que la lejanía más bien las ha unido mucho más.
Estos días, narra, se han dedicado a hablar y comer mucho. Se pasan las horas recordando travesuras y vivencias de infancia.
Han ido a sitios que para Mayela significaron mucho, como la escuela de Jericó, en Desamparados.
Su tiquete tiene fecha de regreso a Estados Unidos el 29 de diciembre. Sin embargo, ya piensa en un nuevo retorno a Costa Rica, que será definitivo.