Alex Barquero recoge latas durante casi un mes hasta llenar de aluminio una gran bolsa negra por la que obtendrá ¢9.000.
Este vecino del bajo los Ledezma, en La Uruca, vive con su esposa, Yera Jiménez, y con su hijo de 10 años, Alonso, en una pequeña vivienda. Allí, la cocina comparte espacio con la pila y un cuarto para los tres.
Los constantes ataques de epilepsia que sufre Barquero le cierran las puertas del mercado laboral. “Yo digo que soy epiléptico; entonces me responden que ese tipo de enfermedades no se pueden permitir”, expresó.
Barquero laboró durante ocho años en una empresa de buses de Heredia como chequeador, limpiando baños y lavando buses hasta que llegó un jefe nuevo y lo despidió debido a sus numerosas convulsiones.
A su esposa, Yera Jiménez, se le dificultad trabajar porque tiene que velar por el cuido de su hijo Alonso, quien tiene varios problemas de salud, entre ellos un retraso en su desarrollo psicomotor.
El niño acude a la escuela del barrio Peregrina gracias a una beca que le brinda el Fondo Nacional de Becas (Fonabe), uno de los programas impulsados por el Estado para combatir la pobreza.
Falta más. Pero este y otros beneficios gubernamentales no son suficientes para satisfacer las necesidades básicas de familias –como la de Alex Barquero–, y de paso otorgarles las herramientas que les ayuden a salir de la miseria.
Actualmente, 14 programas dirigidos por nueve instituciones otorgan múltiples beneficios a los hogares más necesitados.
Sin embargo, la pobreza se mantiene estancada en el 20% de la población.
Además, no todas las personas con mayores carencias reciben la asistencia del Estado.
Al menos 485.214 pobres no perciben ninguna de las ayudas que brinda el Gobierno.
Así se desprende si al número de pobres se le resta la cantidad de beneficiarios, según los datos del Fondo de Desarrollo Social y Asignaciones Familiares y del Instituto Nacional de Estadística y Censos.
Otro caso en donde la ayuda no alcanza es el de Shirley Collado Calvo, de 33 años y quien vive en un rancho con sus seis hijos, en Garabito de León XIII, Tibás.
Dos de sus hijos acuden a la escuela pública gracias a ayudas que reciben del Fonabe, pero esa colaboración no sirve para atender otras necesidades, como la electricidad y la alimentación.
Collado limpia casas, plancha y hace mandados, con lo que obtiene unos ¢10.000 semanales para el sustento de sus niños, mas no siempre logra su cometido.
“A veces nos falta la comida porque, tal como hoy, no hay nada. Ahora voy a limpiar, entonces puedo comprar arroz. Lo más importante es que tengan el platito de arroz”, dijo la jefa de hogar.