Ese día, al abrir los ojos, Osiris Gálvez Deraz tuvo una estupenda idea. Se levantó de prisa, despertó a sus tres hijos y les comunicó el plan: irían de pic-nic al Parque de la Paz, a pocos kilómetros de su casa, situada en San Sebastián, San José.
Era jueves 19 de diciembre y estaba un poco ventoso, pero nada que no se solucionase con abrigos, camisas de manga larga y anteojos oscuros.
No había excusas para no disfrutar del aire libre, jugar con una bola y lanzarse de una pequeña ladera sobre unos cartones. El tiempo se iría volando.
Los encontramos mientras degustaban su comida.
Esa joven ama de casa, deseosa de encontrar actividades para entretener a los niños en vacaciones, había colocado una sábana blanca en el zacate y bajo un árbol.
Mientras tanto, Sharlyn (de 12 años), Isaac (de 6) y Joshua (de casi 4) abrían bolsas y destapaban recipientes.
El más pequeño de los niños Soto Gálvez era el más decidido a demostrarnos las habilidades culinarias de su madre e hizo una presentación del menú familiar: emparedados de atún, tacos, arroz con carne que había sobrado del día anterior, y huevos duros… ¡Sí: huevos duros!
“Ah, es que un paseo de estos sin huevos duros no es lo mismo. ¿Cierto? Son fáciles de hacer, baratos y saben riquísimos”, contestó Osiris al vernos sorprendidos pues pensábamos que esa costumbre tan tica había quedado en el olvido.
Cultura y economía. El sociólogo Jorge Mora Alfaro y el director del Instituto de Estudios Sociales en Población de la Universidad Nacional (Idespo), Guillermo Acuña, concuerdan en que se niegan a morir los famosos paseos en los que las familias llevan comida preparada en su casa.
Se trata de una práctica cultural muy arraigada entre los costarricenses, donde predomina el interés en compartir, pero también pesa el asunto económico.
La oferta hotelera es amplia, y ahora, en comparación con hace algunos años, hay más posibilidades para comprar comida en restaurantes o supermercados y llevarla a los paseos. Sin embargo, muchas personas siguen planeando estos pic-nics al estilo casero, no solo en parques, sino también en balnearios, pozas, faldas de los volcanes y otros tipos de lugares al aire libre, afirman los especialistas.
Diciembre y los primeros meses del año invitan a muchas familias a salir con ollas, bolsas y manteles para aprovechar la benevolencia del clima.
Así lo comprobamos.
Ese mismo jueves, sin huevos duros, pero sí con tamales envueltos en papel aluminio, sándwiches de mortadela, refrescos gaseosos y frutas picadas, Melba Rodríguez compartía una actividad similar a la de la familia Soto Gálvez, con sus hijas, nietos y yerno, en el Parque Metropolitano La Sabana, en San José. La señora exhibía una estampa de desestrés, que provocaba envidia.
Bien cómoda sobre una cobija morada colocada en el suelo, contó que eran diez personas las que la noche anterior habían decidido hacer algo diferente.
“Nos vinimos en bus y trajimos la comida que había en la refri , aprovechando que los chiquillos ya no están en clases ”, explicó mientras la más pequeña de la familia, Brittany Cortés Arroyo, de 3 años, intentaba darles trozos de manzana a las ardillas que atisbaban desde los árboles .
A unos cuantos metros de distancia, los demás se debatían en una mejenga.
“No gastamos mucho: esto es lo bueno. Pagamos los pases, los refrescos y unos papalotes que se les ocurrió comprar a ¢1.500. Es que, a cómo está la cosa, mejor es socarse la faja y no hacer loco”, agregó Melba, convencida de que para divertirse hace falta imaginación.