Cuando la jefa supo del trastorno mental, le recetó un cambio de puesto de oficinista de banco a bodeguero. Óscar Carazo, de 53 años, recuerda el golpe emocional, que derivó en una carta de despido.
“Hay un fuerte estigma que lo marca a uno y es que crean que uno es un enfermito, pobrecito e inútil. Era un empleado responsable. Creo que hacía las cosas bien, pero no hubo oportunidad y me dijeron que ya no servía”, expresó Carazo.
La vergüenza de reconocer un trastorno mental va de la mano con el silencio que guarda el paciente por el miedo a perder el trabajo, la familia y, además, recibir el sello social de loco.
La camisa de fuerza de estos pacientes la sujetan los mitos y los estereotipos que existen en oficinas, centros de estudio y en las familias, manifestados mediante la chota.
Sin hacer distinción del trastorno que padece la persona, la enmarcan bajo el estigma de que es un loco, violento y enfermo, según especialistas en psiquiatría. Por ende, limitan sus actividades.
“Yo estuve a punto de perder a mi familia después de 25 años de matrimonio. Mis hermanas se avergonzaban, no querían que yo viniera al hospital y ocultaban que estaba en el Psiquiátrico por la vergüenza del qué dirán”, lamentó Carazo, quien padece de epilepsia.
Sin barreras. La discriminación no solo se encierra entre las paredes de las oficinas, sino que camina por centros de estudio y familias que niegan o dudan de que una persona, más aún siendo joven, padezca de un trastorno mental.
“Si un menor de edad manifiesta síntomas de depresión, se ignora o se juzga al decir que son pretextos o pura vagancia. De comprobarse que tiene un trastorno, se limita con el pobrecito y muchos vienen a terminar la escuela acá”, dijo la directora del Hospital Nacional Psiquiátrico (HNP), Lilia Uribe.
Ante este escenario, el paciente cae en un desgano mayor, puesto que considera que su enfermedad lo lleva a un grado de inutilidad.
“Hay mucha ignorancia de la gente. A mis 25 años, me diagnosticaron trastorno bipolar y en mi trabajo me despidieron. Cada uno es diferente. Lo que pasa es que la gente no entiende y lo hace sentir a uno como inútil”, cuenta Álvaro Gutiérrez, de 54 años, quien ejercía su profesión de ingeniero civil.
Desde el 2011, el HNP desarrolló una cooperativa en la que los pacientes desempeñan trabajos en un vivero, talleres de carpintería, hacen piñatas y alcancías, y reciben lecciones. En la actualidad, el HNP trabaja en un plan de capacitación laboral para tratar de derribar las barreras de empleo y estudio.
“No se trata de que las personas estén aisladas. El paciente necesita convivencia. Algunos familiares los abandonan como parte de la misma discriminación social que hay sobre este tema”, explicó la directora Uribe.
Al 5 de agosto, el HNP registraba la atención de 502 pacientes.
Sin embargo, para la presidenta de la Asociación Costarricense de Psiquiatría, Virginia Rosabal, hay quienes buscan todas las maneras posibles para evitar comentarios sobre su enfermedad o su estancia en el Psiquiátrico, por miedo a perder el trabajo.
En la lista de mitos sobre la psiquiatría, la doctora Rosabal agrega que su profesión también está cargada de etiquetas. “Hay quienes dicen que somos brujos, magos, y que si estudiamos esto es porque también estamos locos ”, dijo la especialista.
Las redes de apoyo de familiares, amigos y de los compañeros de trabajo son piezas claves en el tratamiento del paciente, debido a que la atención, por lo general, es el resultado de una combinación de fármacos con la terapia.
“Si usted le hace creer a una persona con trastorno mental que está enferma, de ahí no lo va a sacar. Donde hay más limitaciones es en el empleo”, concluyó la directora del HNP.
Las amarras actuales están en la mente de quienes creen que todo se traduce en mera locura.