El ejército de chanceros encargados de repartir el Gordo navideño se enfrentó, a pocas horas del sorteo, a una oleada de clientes que no quería quedarse sin comprar lotería.
Al mediodía, todos los puestos del centro de Coronado, en San José, estaban rodeados de compradores, quienes se empujaban entre sí para poder ver la oferta que quedaba expuesta sobre las mesas: casi todas eran fracciones entre el 60 y el 98.
Para ese momento, las posibilidades de encontrar una cifra baja eran muy escasas: a pesar de que todos los números tienen siempre la misma oportunidad de salir favorecidos, los clientes los prefieren ampliamente.
“La gente tiene muchos agüizotes. La fecha, la edad de los chiquitos, los cumpleaños… Es raro que alguien pida altos”, aseguró Cecilia Rodríguez, quien usó los alrededores del parque de Moravia como punto de venta.
Aun así, los optimistas recorrían varios puestos, preguntando por su número de la suerte. Los más fieles a la superstición lo compraban en cuanto lo encontraban, aunque implicara pagar mucho más de los ¢1.750 que estableció la Junta de Protección Social (JPS). Quienes se negaban a pagar el sobreprecio, preferían comprar cualquier fracción, muchas de ellas a “gallo tapado”.
Bajas ventas. Alrededor de la 1 p. m., algunos vendedores aún tenían la expectativa de acabar con las fracciones que les quedaban, pero la mayoría coincidió en que la venta de este año fue más baja de lo normal.
“Por esto de tantos ‘tiempos’ que hay todo el año. Entonces la gente apunta ‘tiempos’ y ya si no pega, no le queda plata para comprar lotería, y eso nos bajó demasiado la venta a nosotros”, señaló Rodríguez.
Es por ese motivo que la presidente de la JPS, Delia Villalobos, informó de que se autorizó a los chanceros a devolver hasta un 25% de lo que les fue entregado para distribuir. Esa devolución se inició, aproximadamente a las 3 p. m., cuatro horas antes del sorteo, que repartió ¢17.700 millones.