La sonrisa de Yeriko Boza, de 11 meses, es la única capaz de iluminar el ambiente de funeral que se respira en el albergue para 74 migrantes cubanos en Nazareth de Liberia.
Ajeno a la crisis que viven cientos de isleños, este bebé nunca ha dejado de sonreír. No le importó viajar sobre los hombros de su padre en medio de la selva colombiana o a bordo de una panga entre las olas del Caribe panameño.
“Así como lo ve (sonriente, con sus únicos dos dientes sosteniéndose de la mandíbula inferior), así es como ha pasado. Él es nuestra luz”, contó su papá, Yordanis Boza.
Desde hace un mes, él es el más pequeño de tres niños que permanecen en el único albergue que opera en Liberia, en la iglesia cristiana Betel, ubicada en un barrio pobre y violento.
Aparte de este refugio, hay otros 25 en la zona norte, principalmente en el cantón guanacasteco de La Cruz.
Travesía. La familia de Yeriko salió de Cuba hace poco más de un año y su historia es muy parecida a la de muchos de los 5.000 cubanos que quedaron varados en territorio nacional luego de que Nicaragua, Belice y Guatemala impidieran su travesía hacia Estados Unidos.
“En Cuba, yo era propietario de una carnicería y un mercado”, cuenta Yordanis, quien dejó todo para lanzarse con su esposa embarazada y su otro hijo, hoy de tres años, hacia lo desconocido, buscando un mejor futuro.
“Uno ama la tierra donde nace pero desgraciadamente por otras razones hay que irse obligado. En el momento en que tienes hijos y no tienes nada qué brindarles, hay que salir. No tiene lógica seguir viviendo ahí”, comentó este isleño de 28 años.
La primera estación fue Ecuador. Allí nació Yeriko y allí se quedaron casi un año. Pero hace más de un mes reiniciaron el camino hacia lo que sus padres esperan sea un mejor hogar para ellos.
Como todos los demás hombres y mujeres que lo rodean en su casa temporal, en Nazareth de Liberia, este bebé cruzó un pantano con su familia y atravesó un sitio peligrosísimo en la montaña, entre Colombia y Panamá, que todos llaman “la lomita”.
También se subió a una panga con decenas de isleños, sin chaleco salvavidas, solo aferrado a su papá, como ha estado prácticamente desde que nació.
Este miércoles 9 de diciembre lo encontramos bajo una raquítica sombra, donde Yordanis intentaba protegerlo de los intensos rayos del sol.
Apenas unas horas antes, los residentes del albergue se habían enterado de que Belice no les autorizaba el paso.
Caras largas. Ambiente de funeral, desesperación y tristeza. Excepto para YeriKo, que reía con los ojos iluminados ante propios y extraños.
La decisión de su padre ya está tomada: “Tenemos que quedarnos acá, aunque el sitio no tenga las condiciones para estar con mi bebé. Es cierto que estamos decepcionados y angustiados.
”Pero, por mi parte, no pienso arriesgar a mis hijos. Esperaré a que se pongan de acuerdo los cancilleres y los presidentes. Yo no voy a arriesgar a mi niño a pasar por un monte”, dijo Yordanis.
Él sabrá por qué lo dice.