Los bajantes y canoas no desaguaban bien y la casa de Adam Segura terminó inundada.
Él se subió al techo y encontró la canoa aterrada con un CD, un zapato y una bola de periódico.
Aunque ya estaba muy molesto, esa fue la gota que derramó el vaso para este vecino del Sector 5 de Los Guido, en Desamparados.
Podría decirse que este desamparadeño era parte de esa minoría que no estaba a gusto con quienes habitan en su barrio.
De acuerdo con una encuesta de Unimer para La Nación , un 3%, de los ticos no está satisfecho con sus vecinos, contra un 42% que sí está muy a gusto.
Segura llevaba días tragando enojo por los golpes de las bolas de fútbol en los techos y canoas. Le molestaba el sonido de las patinetas chocando contra portones, verjas y muros, así como las risas y gritos de los jóvenes hasta pasadas las 10 de la noche.
Cuenta que el problema se originó porque los muchachos, al no tener donde jugar, usaban la calle para sus actividades.
Y cuando una bola caía sobre algún techo se subían a buscarla, con lo cual provocaban daños en el zinc y un gran disgusto entre los propietarios.
Segura y otros vecinos intentaron hablar con los papás, pero estos más bien se enojaron, así que un día se fue a buscar ayuda a la delegación policial.
Los miembros de la Fuerza Pública lo remitieron a la Casa de Justicia de Desamparados. Ahí, las cosas empezaron a cambiar.
Ante el reclamo de este educador pensionado, los mediadores de la Casa de Justicia convocaron al barrio a una reunión para hacer lo que se llama un círculo de paz.
Luego de dos sesiones –en las cuales participaron hasta los más pequeños—, las familias lograron establecer un acuerdo vecinal.
Decidieron que los niños podían jugar en la calle, pero con horarios y sin causar daños a las viviendas.
Asimismo, acordaron buscar ayuda en la municipalidad local para construir un parque o un espacio común donde puedan jugar y practicar algún deporte.
“Soy educador y sé que los niños tienen derecho a jugar, pero también se debe respetar a los demás. Logramos que ellos jueguen sin pegar en los portones. Lo que no se cumple mucho son los horarios, pero claro que ahora hay más armonía en el barrio”, relató Segura.
Cristobalina Fernández, quien vive ahí desde hace 26 años, coincide en que ahora hay más tranquilidad, los niños son más respetuosos y los vecinos están más unidos.
Leslie Agüero, abogada y coordinadora de la Casa de Justicia de Desamparados, contó que el primer paso para un acuerdo de este tipo es restablecer el diálogo, pues a veces es tan mala la relación entre los vecinos que no se logran comunicar.
Según dijo, entre el 60% al 70% de los casos que atiende esa dependencia, la cual presta servicio desde el 2011, son problemas vecinales y conflictos de familia.