Lahore, Pakistán. En Afganistán, diez años después del 9 de setiembre del 2001, la guerra más prolongada de la memoria estadounidense se está apagando gradualmente.
Sin embargo, para muchos afganos, este es el año 10 de la ocupación de Estados Unidos y la última fase de una batalla contra los extranjeros que se ha estado librando desde 1979.
Durante la última década, Afganistán y la región han sufrido las terribles consecuencias de una guerra constante: tan solo Afganistán ha registrado decenas de miles de víctimas y cinco millones de refugiados.
De hecho, la década del 9/11 (como se conoce en inglés) se originó en Afganistán, en los reductos montañosos donde Osama bin Laden, acogido por el Talibán, tramó los ataques contra Estados Unidos. Afganistán fue el primer frente de batalla de Washington en la “guerra contra el terrorismo” posterior al 11 de setiembre.
El presidente Barack Obama ha dicho que 10.000 de las 100.000 tropas desplegadas en Afganistán se retirarán este año, posiblemente seguidas por otras 20.000 el próximo año. Para el 2014, se habrá ido gran parte de la coalición encabezada por Estados Unidos y la OTAN, que incluye 140.000 tropas de 48 países.
Con base en lo que presencié recientemente durante mis visitas a Afganistán, la perspectiva de la retirada ha dejado profundamente preocupados a muchos afganos por la posibilidad de que el Talibán retome el poder, aun cuando las fuerzas de seguridad afganas ascenderán a casi 305.000 tropas para el 2014.
A la gente del inestable Pakistán y las vulnerables repúblicas vecinas del centro de Asia –Tayikistán, Uzbekistán y Kirguistán– le preocupa el resurgimiento del extremismo islámico, que grupos militantes afiliados a al-Qaeda penetren sus fuerzas de seguridad y causen el colpaso la economía.
Pakistán, con un arsenal de más de 100 armas nucleares, está en un peligroso tobogán descendente, contrapunteado con Estados Unidos y sin el liderazgo que tanto necesita.
Diálogo. Un atisbo de esperanza para Afganistán es el actual diálogo entre Estados Unidos y el Talibán. Se está discutiendo nada menos que el final del conflicto.
He seguido cada giro y revés de este proceso, tal como lo hice hace dos décadas cuando la ONU, Rusia, Pakistán y Estados Unidos negociaron la retirada de las tropas soviéticas en Afganistán.
Hamid Karzai, el presidente afgano, ha estado negociando con el Talibán desde 2007. Su enviado era su medio hermano Ahmed Wali Karzai, asesinado el 12 de julio –muerte que solo intensificó la desconfianza entre el Talibán y el gobierno afgano–.
El talibán siempre ha dicho que quiere negociar cara a cara con los estadounidenses. Alemania fue la intermediaria. En el 2001, los alemanes auspiciaron una reunión en Bonn que estableció el gobierno afgano interino y nominó a Hamid Karzai como su presidente.
El 28 de noviembre de 2010, en una villa de las afueras de Munich, al Talibán finalmente se le cumplió su deseo. Dos diplomáticos estadounidenses sostuvieron una sesión de 11 horas con representantes afiliados al líder talibán Mulá Mohammed Omar. También presentes, a petición del Talibán, estuvieron autoridades de Qatar.
La premisa de las negociaciones, de ese entonces y de ahora, es que ninguna retirada occidental de Afganistán ni transición a las fuerzas de seguridad afganas puede ocurrir exitosamente sin que se reduzca la violencia, sin el fin de la guerra civil entre el Gobierno afgano y el Talibán y sin un acuerdo político garantizado por Pakistán y otros Estados vecinos.
Hace poco hablé en Kabul con un exfuncionario talibán que sigue en contacto con el liderazgo del grupo pero que no está autorizado a hablar con los medios. Me dijo: “El problema fundamental es entre Estados Unidos y el Talibán, y consideramos al Gobierno afgano como problema secundario”.
Es mucho lo que se arriesga. Todas las partes temen que la salida de EE. UU. permita que al-Qaeda y sus aliados extremistas vuelvan a Afganistán, lo que amenazaría aún más la seguridad del centro y sur de Asia, que ya es la región más peligrosa del mundo con su explosiva combinación de terrorismo, armas nucleares y Estados tambaleantes.
Por tanto, la responsabilidad de los futuros negociadores es aún mayor. Otras dos rondas de pláticas han seguido desde entonces: en Doha, Qatar, en febrero, y otra vez en Munich, en mayo.
Inicialmente, las negociaciones generaron medidas para crear confianza. Primero, los estadounidenses tenían que verificar que los representantes del Talibán tuvieran poder de negociación. Las discusiones cubrían la posibilidad de relajar las sanciones impuestas por la ONU contra el grupo, liberar prisioneros en Afganistán y abrir una oficina de representación del Talibán, posiblemente en Doha.
El 17 de junio, impulsando fuertemente el proceso, el Consejo de Seguridad de la ONU aceptó una propuesta de Estados Unidos de separar a los miembros del Talibán de los seguidores de al-Qaeda en una lista de terroristas mundiales que la ONU tiene desde 1998.
Tres días después del encuentro en Doha, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, anunció que Estados Unidos lanzaría “una intensificación diplomática para llevar este conflicto hacia un resultado político que despedace la alianza entre el Talibán y al-Qaeda, que ponga fin a la insurgencia y ayude a producir no solo un Afganistán sino también una región más estable”.
Hay muchos aguafiestas en el juego, incluyendo al-Qaeda y sus aliados en Pakistán y el centro de Asia, quienes se sentirían traicionados por la paz en Afganistán e intentarán abrir paso a más caos saboteando y asesinando.
Por tanto, es crucial que las negociaciones, y la identidad de los representantes, sigan ocultas, para evitar un sabotaje del proceso.
Muchos observadores se muestran razonablemente escépticos. El general David H. Petraeus, excomandante militar de Estados Unidos en Afganistán, calificó de “preliminar” el diálogo, agregando que “ciertamente no subiría de nivel para llamarse negociación”.
Entonces, ¿por qué está participando el Talibán? Dada su fuerza, ¿qué le impide esperar la retirada de Estados Unidos y la OTAN, deshacerse después del corrupto gobierno de Karzai y simplemente apoderarse del país?
Mis conversaciones con el Talibán dejan en claro varias cosas. No quieren que la salida de Estados Unidos deje un vacío que pueda hundir a Afganistán en otra guerra civil. Quieren distanciarse de al-Qaeda (han llegado a decir que no permitirán que vuelva a pisar tierra afgana). Y están modificando la estricta ley islámica que impusieron en la década de 1990. Están intentando detener los ataques contra escuelas y permitir la existencia de escuelas mixtas.
El Talibán también está cansado de ser amigo y rehén de los servicios de inteligencia de Pakistán, de los que han recibido apoyo clandestinamente desde el inicio de su insurgencia, en 2003. Ahora quieren asegurarse de que cualquier proceso de paz incluya las exigencias pakistaníes. “Queremos negociar la paz como afganos, no como peleles de Pakistán”, dijo la fuente.
Sobre todo, el Talibán está plenamente consciente de que si intenta tomar el poder otra vez lo aislarían rápido, y le cortarían la asistencia internacional para los afganos. Y pronto se haría tan impopular como durante los últimos meses de su régimen, en el 2001.
Finalmente, al igual que los afganos, los talibanes simplemente quieren volver a casa. Muchos viven en campos de refugiados infestados de malaria, en Pakistán. Están agotados por las muchas víctimas de los ataques de los aviones espía y las redadas de las fuerzas especiales de Estados Unidos.
El poder de Karzai se erosiona rápidamente al enfrentar múltiples crisis, políticas y económicas. Pero es esencial que forme consenso entre los grupos étnicos de Afganistán para apoyar las negociaciones de paz.
Existe un programa potencial con plazos. En diciembre, los alemanes marcarán el X Aniversario de la primera reunión en Bonn y se espera que el Talibán participe. Quizá esa sesión, contra todo pronóstico, marque el inicio de la década posterior al 11 de setiembre.
Ahmed Rashid.
Es autor de “Descent into Chaos: The United States and the Failure of Nation Building in Pakistan, Afghanistan, and Central Asia” y “Taliban,” cuya edición conmemorativa por su décimo aniversario fue publicada en 2010.