Oslo. AFP Perseguidos y acribillados: esta fue, durante dos horas, la suerte de decenas de jóvenes noruegos muertos por disparos de un hombre de 32 años disfrazado de policía, que transformó la isla de Utoya en un infierno, que suma al menos 85 muertes.
Casi 600 personas, en su mayoría jóvenes, se encontraban en esta pequeña isla cercana a Oslo para participar en un campamento de verano de la juventud del Partido Laborista.
“De repente, escuchamos disparos detrás de una colina”, cuenta Khamshajiny Gunaratnam, que sobrevivió huyendo a nado de la isla. “Nos dijimos: ¿quién está cazando aquí? Solo podía ser un cazador”, cuenta en su blog.
Vestido con un chaleco de la policía, el atacante, un rubio de 1,90 m de altura, identificado como Anders Behring Breivik, atrajo primero a sus víctimas haciéndoles creer que quería protegerlas y darles informaciones importantes, según varios testigos.
“Vengan aquí, tengo informaciones importantes, vengan, no hay nada que temer”, dijo antes de abrir fuego, según Elise, una adolescente de 15 años.
Escondida bajo una roca, se echó al suelo a unos pasos del atacante, a quien oía respirar. “La gente corría por todas partes, como locos. No paraba de disparar”, relató a la agencia NTB.
Adrian Pracon, con un disparo en el hombro izquierdo, dijo desde el hospital a la cadena australiana ABC: “disparaba a la gente desde corta distancia, y empezó a dispararnos a nosotros. Se puso a unos diez metros de mí, y disparó a la gente que estaba en el agua”.
“Tenía un fusil M16 (...). Cuando lo vi desde un lado gritando que nos iba a matar, parecía sacado de una película de nazis o algo así”, añadió el joven de 21 años.
“Empezó a dispararle a esa gente, me eché al suelo y fingí que estaba muerto. Se puso a unos dos metros de mí. Podía oírlo respirar. Sentía el calor del arma”.
“Comprobó cómo estaba cada uno, les pegaba una patada para ver si estaban vivos, o simplemente les disparaba”, declaró.