Aziziyah, Irak
Decepción, nostalgia o marginación empujan cada vez más a los migrantes iraquíes a regresar a su país, tras haber arriesgado sus vidas y gastado sus ahorros para llegar a Europa.
Cada mes, cientos de ellos llegan a Irak, la mayoría con la ayuda de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Muchos se gastaron todo su dinero, sobre todo en el pago a traficantes de seres humanos.
"Aquí es como en la película 'Un día sin fin'; siempre es lo mismo", declara Murtada Hamid para describir Aziziya, su ciudad natal de la que se fue el año pasado rumbo a Europa.
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"Cuando te levantas por la mañana, las calles siguen pareciendo caóticas, las alcantarillas continúan sin arreglar y no hay trabajo", enumera.
Salvo unas cuantas, las calles de esta ciudad de 100.000 habitantes a 75 kilómetros al sudeste de Bagdad están sin asfaltar. En el verano levantan una nube de polvo y en el invierno se enlodan.
Los habitantes sufren el nepotismo y la corrupción, y no se han beneficiado de los precios del petróleo, que estuvieron altos durante años.
Murtada, un joven de 26 años muy sonriente, recuerda la arquitectura de las calles limpias y los jardines públicos de Erlangen, en Baviera (sur de Alemania). "Tenía una novia de Bosnia. Por un tiempo fue divertido, disfrutamos la vida nocturna", cuenta.
Su hermano Mustafá no guarda un buen recuerdo. "Me gasté todo mi dinero y la comida era incomestible", matiza.
"Allí todo cuesta un dineral. El paquete de cigarrillos más barato vale seis euros. Tuve que pasarme al tabaco de liar", afirma este diplomado en química de 29 años.
Mustafá contaba con recibir clases de idiomas y acompañamiento profesional, y tuvo la sensación de no haber sido acogido. "Por la noche vives con el miedo de ser detenido o agredido por esa especie de nazis a los que no les gustan los refugiados", relata.
Muchos iraquíes huían de los combates, de las persecuciones y de las condiciones desastrosas de los campamentos de refugiados. Otros, como Mustafá y Murtada, querían escapar del desempleo y de la falta de perspectivas.
Según un estudio de la OIM, el 80% de los iraquíes interrogados afirma haberse ido del país porque "no tenían esperanzas en el futuro".
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El año pasado, la organización ayudó a casi 3.500 iraquíes a volver a casa y la cifra va en aumento. Según la portavoz de la OIM Sandra Black, en enero regresaron más de 800 personas y en febrero 1.000.
En algunos casos, reciben ayuda para la reintegración financiada por los países de acogida y la OIM intenta facilitarles la búsqueda de un empleo.
Hasan Basy no guarda recuerdos de Nuremberg, donde estuvo cuatro meses esperando obtener asilo, pero aprendió mucho sobre sí mismo.
"Mi sueño era conseguir (el permiso de) residencia y un empleo", admite. "Al principio todo parecía bonito, pensaba haber cumplido mi sueño. Pero a medida que pasaban los días sentía nostalgia", cuenta. "Al final, me pasé casi un mes sin comer. Entonces empecé a plantearme volver".
"Comprendí que hiciera lo que hiciera siempre sería un extranjero. Al menos aquí estoy rodeado de mis familiares y puedo intentar construir una nueva vida", añade.
Murtada ha llegado a la misma conclusión. "No me presioné al 100% para tener éxito, tenía dudas. Me dije: 'Si me gusta, me quedo'. Para mí fue una aventura", declara. "Una experiencia muy útil, aprendí a organizarme, a ser disciplinado. Y me ayudó a amar a mi país".